—¿A quién vais a votar en las próximas elecciones? —preguntó
la profesora a sus alumnos adolescentes.
—Pero es ilegal, profe —respondió uno de ellos—, no se puede
pedir a nadie que diga a quién va a votar.
—Lo que es ilegal —indicó la aludida— es obligar a alguien a
decirlo, si no es su voluntad. Pero vosotros aún no tenéis edad para votar y
esto tan solo es un ejercicio. Un juego. Desde luego que no estáis obligados a
responder sinceramente, ni siquiera a responder, pero me gustaría que lo hicierais,
para sacar conclusiones importantes.
—Pues yo no pienso votar —dijo una chica rubia, que se
sentaba en las últimas filas—, no soy política, ni me interesan esas cosas.
—Estás equivocada, no cabe la posibilidad de no ser
político, al igual que no cabe la posibilidad de bañarse y no mojarse.
—Y tanto que cabe la posibilidad, como que no lo soy, aunque
usted se empeñe.
—¿Tus padres te dan alguna paga de forma periódica para tus
gastos?
—Sí, menos de lo que necesito.
—Bien, a partir de ahora me vas a traer a mí ese dinero y yo
decidiré en qué te lo gastas. Verás cómo yo lograré que te sobre. Además, me
quedaré una parte, para retribuir mi trabajo de administradora.
—Ni de coña.
—¿Ves como eres política? En eso consiste precisamente la
política, en administrar el dinero y decidir en qué se gasta. Todos tenemos una
idea y un deseo de qué queremos que se haga con nuestro dinero y si no votamos
a las personas que piensan igual que nosotros y tienen nuestros mismos
intereses, entonces ganarán los que defienden los intereses de otros. Serán
estos quiénes decidan cuánto y en qué se gastará el dinero común. Por tanto,
tan política es la decisión de no votar, a la que tienes derecho, como la de
votar. En ambos casos estás decidiendo qué van a hacer otros con tu dinero.
—Pues yo me bañé una vez con un traje de neopreno —dijo otro
de los chicos— y no me mojé —hubo un coro de risas. Eran adolescentes.
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