El Español –me refiero al idioma y yo prefiero llamarlo Castellano por la misma
razón por la que se denomina Inglés a la lengua anglosajona– tiene una ortografía que es casi fonética, lo cual debía facilitar su
aprendizaje y escritura, pero presenta algunas peculiaridades que lo complican y
lo enmarañan y la prueba está en la torpeza con que se escribe en las redes
sociales. Hoy me molestan mucho esas faltas de ortografía, pero aún recuerdo
los dolores de cabeza que me producían las reglas en la etapa escolar.
Ya que la escritura se
ha democratizado, ¿debemos jubilar la ortografía, como pedía García Márquez? ¿O
arreglar algunos despropósitos, como solicitaba Juan Ramón Jiménez instando a
escribir siempre con jota el sonido fricativo velar sordo?
Tan solo veo dos
caminos al respecto. Uno es respetar las reglas sancionadas por la RAE –castigando a copiar cien veces al que no lo haga bien– y otra efectuar una reforma que acabe de una vez con todos los
problemas, sea de mayor o menor calado.
Hay quien me dirá que esto
tan solo puede realizarlo la Academia –hablando de forma
abstracta e inclusiva y refiriéndome a todas las academias de la lengua castellana–. Pero eso es falso, ya que la Academia no inventa reglas, sino que
actúa como notaria, fijando unas normas y voces que recogen de los hablantes –“limpia, fija y da esplendor”–. Así que, si entre todos
nos ponemos de acuerdo, la RAE tan solo podrá sancionar lo que hagamos.
El debate ya está
abierto en varios ámbitos, y yo voy a
aportar humildemente mi solución. Son cinco puntos únicamente. El objetivo
sería la simplificación, dejando una ortografía tan sencilla y clara como la
lengua hablada, la cual a nadie le presenta problemas, pues nadie habla con
faltas de ortografía, salvando dialectos y acentos locales.
1.- En primer lugar,
no podemos prescindir de las tildes, ya que cada palabra castellana de más de
una sílaba puede pronunciarse de tantas formas como sílabas tenga. Lo que sí podemos
evitar es el absurdo de acentuar llanas y agudas según acaben o no en vocal,
ene o ese, lo cual es completamente arbitrario. ¿Por qué no en equis o en eme?
Mi propuesta es que como la mayoría de las palabras castellanas son LLANAS,
éstas no llevarían NUNCA tilde, acaben como acaben, y sí la lleven todas las
que no lo sean –agudas, esdrújulas y sobreesdrújulas–. Otra cosa es la tilde diacrítica que diferencia palabras homónimas o la
tilde que deshace diptongos, las cuales deberían continuar como hasta ahora, ya
que no existe alternativa.
2.- Desaparece por
completo la hache, y punto. Pero no la che.
3.- El sonido de la
jota se escribiría siempre con esta letra, según quería Juan Ramón Jiménez, y
el sonido alternativo de la “gue” –me permito esta
licencia para no pronunciar ge, es decir je– sería igual ante las
cinco vocales, eliminando la u ante e y ante i. Por lo tanto hemos eliminado también
la diéresis.
4.- Desaparece por
completo la uve y siempre se escribiría este sonido con be. Al igual que la uve
doble, que sobra en castellano y puede representarse por la nueva ge –léase gue.
5.- En cuanto a la ka,
ce, qu y zeta lo veo lo más complicado, ya que la primera es una letra fea y escasa,
la segunda tiene una pronunciación generalizada más próxima a la ese en muchos
lugares y la tercera y cuarta no son muy comunes. Mi propuesta es suprimir la
ka, utilizar la ce siempre para el sonido ka, y no solo ante algunas vocales, hacer desaparecer la qu por innecesaria y utilizar la zeta siempre
para este sonido.
Esto sería todo. Habría
otros temas a tratar, pero ya no haría más modificaciones. Creo que deberíamos
continuar –por ejemplo– con la dualidad elle y ye, ya que un sonido procede
de una consonante y el otro de una vocal, y son diferentes. Eso sí, hay que
incidir en esas diferencias fonéticas, al igual que en diferenciar la ce suave
y la ese. Afinemos el oído.
Después de exponer lo
que me parece más lógico, me entra el miedo y confieso que yo no lo voy a poner
en práctica.
Tal vez la solución
sea ir por partes y no de forma global, esperando que cada punto sea aceptado.
El primer punto, el de las tildes, me parece el más necesario, sencillo y útil.
Una vez admitido podríamos probar con la desaparición de la hache o con lo de
la jota, y así.
Otra solución es que
los que escribimos –o sea, todo el mundo hoy en día– nos dividamos en dos grupos, uno los que pensamos respetar las reglas,
porque las conocemos, y otro los que no las van a respetar, porque no las
conocen o dudan. A estos es a los que les pediría que sean los que comiencen a
utilizar estas simplificaciones o atajos, que darían coherencia a sus escritos.
Ya que van a escribir mal, que lo hagan con lógica, para que los demás podamos
leerlos sin sufrir. Las academias acabarán por sancionar lo que sea
mayoritario.
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