Sé que estas entradas sobre mi pasión hacia la Narrativa
Gráfica son, aparentemente, las que menos lectores atraen y que me he planteado
dejar de ponerlas… Pero… Estoy con gripe y ya hace mucho de la entrada anterior,
y esto ya lo tenía escrito. O tal vez sea una intentona desesperada por
interesar a alguien. Cebo: Goya pintó un tebeo, tengo las pruebas.
¿Qué es el Arte?
Pienso que ya nadie duda de que contar historias con
imágenes es una forma de Arte, con mayúscula, pero por si acaso aquí voy a dar
alguna prueba.
Comenzaremos con una definición clásica. Un diccionario nos
dirá que la palabra arte viene del latín ars-artis y que es la virtud,
disposición y habilidad para hacer una cosa bien, o el acto por el cual el
hombre, valiéndose de la materia, de la imagen o del sonido, imita o expresa lo
material o lo inmaterial, y crea, copiando o falseando. Muy bonito, pero no
explica nada. ¿Todo lo que hace el nombre bien es arte? ¡Pues yo he visto unas
rotondas…!
Pero tenemos algo, el arte sería pues lo único genuino que
nos diferencia de los animales, aparte de la religión y que, con fines
prácticos o sin ellos, produce una reacción en otro ser humano a nivel
comunicativo, que le impresiona a través de su sensibilidad. Es como un flash
que une el espíritu del creador con el del receptor a través de un medio físico
en el que está realizado. Entonces el arte no está en la obra tanto como en el
artista y en su espectador. Decía Gombrich que “no existe, realmente, el Arte,
tan solo hay artistas”. Si nadie duda de que la Piedad de Miguel Ángel es una
obra de Arte es porque existe consenso inmensamente mayoritario de que Miguel
Ángel es un artista, y por tanto está capacitado para transmitir esa “chispa” a
su espectador.
¿Pero quién es un artista? Un ejemplo, Piero Manzoni produjo
unas latas de conserva que llevaban una etiqueta que decía: “Mierda de artista”
y además aclaraba: “contenido neto 30 gramos, conservada al natural, producida
y enlatada en mayo de 1.961”. ¿Esto es una broma? ¿Esto es una obra de Arte?
Pues como obra de arte fue “vendida a peso de oro” y adquirida por muchos
coleccionistas que, como la mayoría de los coleccionistas, hacían una inversión
con la esperanza de su revalorización. En este caso, aunque el “artista” se
esté riendo para sus adentros de los “imbéciles” que pagaron su mierda a precio
de oro, hay una propuesta conceptual en ello. Pero es necesario retroceder un
poco para comprenderlo. Cuando el arte plástico derivó por derroteros que lo
alejaron de la figuración realista, se fue abstrayendo hasta alcanzar su máxima
cota en un Cuadrado negro sobre fondo blanco. ¿Se puede ser más
abstracto? Pues sí. La prueba está en la posterior Cuadrado blanco sobre
fondo blanco del mismo autor, Malevich. ¿Quién traspasa esta barrera? Pues
nuestro amigo Duchamp, por un camino nuevo, ya que ni siquiera crea algo, sino
que hace una labor de descontextualización, por ejemplo colocando una rueda de
bicicleta sobre un taburete. ¿Se puede traspasar esta otra frontera? Pues
todavía sí. El Arte Conceptual consiste, simplificando las cosas, en concebir
una idea que llegue al espectador, sin importar el material con el que se
realiza, ni tampoco buscando ningún tipo de belleza. Esto es lo que hace
Manzoni, que reflexiona y trasmite al espectador la idea de que el Arte es el
producto del Artista y su mierda, recién producida, es el nexo que tiene el
comprador para poseer algo del artista. El material de realización es
invisible, porque está dentro de una lata, que nadie se atrevería a abrir ya
que perdería su valor económico, porque el envoltorio, la lata, es un material
industrial sin valor alguno y no digamos el contenido. Hemos llegado a una obra
de arte que no puede verse y que, además, teóricamente es mierda, aunque luego
se aclarase que el contenido era yeso, pero eso no importa, porque lo que el
autor vende es una idea y con ello produce una obra de arte. Esta es la
explicación y tiene su coherencia, pero alguien heterodoxo como yo tiene ante
sí dos enormes problemas. Uno: una vez que Manzoni vendió su mierda enlatada,
cualquier otro artista puede hacer lo mismo, o la idea está “quemada”.
Recordemos que los pintores holandeses del barroco hicieron numerosos retratos
grupales de gremios sin “quemar” la idea. Y dos: la más importante, ¿quién ha
asignado a Manzoni la cualificación de artista, ¿su título académico?, ¿la
voluntad arbitraria de un crítico de Arte?, ¿su abuela?, ¿o él mismo? ¿Es
artista cualquiera que se crea que lo es, o tiene que “santificarlo” un tercero
que a sí mismo se da el título de “entendido”?
Únicamente hay un elemento objetivo que posibilita la
calificación de alguien como artista, sin género de duda: EL TIEMPO. Todo lo
que pervive de épocas pasadas ha sido tamizado por esa criba. Necesitamos la
perspectiva del tiempo para no equivocarnos. Por ejemplo, José de Echegaray
(1.832-1.916) fue un literato ampliamente valorado en su época, miembro de la
Real Academia de la Lengua y de las Ciencias, diputado en la I República,
fundador del Partido Republicano Progresista, literato de gran éxito con sus
obras de teatro que, incluso, recibió el Premio Nobel de Literatura en 1.904,
pero al que hoy en día casi nadie recuerda, a excepción de los estudiosos
especializados. Basta con citar los títulos de sus obras dramáticas más
importantes para comprobar que nadie las conoce hoy en día: La esposa del vengador, Mancha que limpia, El gran galeote, El loco Dios
o Mariana. Sin embargo en todas las
recopilaciones de Literatura Española, incluso a los niveles académicos más
elementales se incluyen las obras de su coetáneo Valle Inclán, que no fue
Premio Nobel, ni tuvo tantos títulos, pero que con su obra dramática Luces de Bohemia ha tapado a todo el
teatro del olvidado Echegaray. Otro ejemplo: El Greco, hoy tan valorado, no fue
considerado en su día, pasó desapercibido y no gustó al rey mecenas Felipe II,
rechazándolo para El Escorial, hasta que su figura fue rescatada del olvido
siglos después. Y así existen multitud de anécdotas en las que las
personalidades más valoradas por sus coetáneos han desaparecido de la Historia
y, al contrario, muchos de los que murieron en la indigencia, como Van Goght,
hoy son figuras de primerísima fila. Aplíquense el cuento y dense un baño de
humildad algunos ególatras autores actuales, de cualquier vanguardia, que se
ven a sí mismos como sumum de todos los logros artísticos y a los que el
tiempo tapará con el polvo de las librerías donde nadie hurga.
Mi ejemplo de artista reconocido por todos para la Narrativa
Gráfica es Goya. ¿Alguien me va a discutir que Goya es un artista? Y no voy a
hablar de sus series de grabados, como los Caprichos
o Los Desastres de la Guerra, que se
asemejan a la Narrativa Gráfica en ciertos aspectos no esenciales, como su
realización ex profeso para su publicación y distribución a través de
librerías, el ensayo de niveles expresivos narrativos o la utilización de una
línea muy similar a la de nuestros tebeos. No es eso, porque todo ello no es
más que ilustración.
La “Obra Maestra” de la Narrativa Gráfica de Goya es una
serie de seis cuadros pequeños, de 29,2 x 38,5 cm., realizados entre 1.806 y 1.807
y que se encuentran en el Art Institute de Chicago y que NARRAN la captura del
bandido denominado El Maragato por Fray Pedro de Zaldivia. Coloquémoslos en una
sola página a modo de seis viñetas, distribuyámoslos en una reproducción
múltiple, como puede ser un libro o revista, y nadie dudará de que estamos ante una
Narración Gráfica de uno de los grandes genios de la Historia del Arte.
Veamos la historia: Pedro Piñero, de origen maragato,
desarrolló sus tropelías de bandido por tierras de Ávila, Cáceres y Toledo,
junto a sus secuaces Martín Rodríguez “El Martinillo”, Lorenzo Almarza y “El
Estudiante”, a finales del siglo XVIII y principios del XIX (1). El bandido arrepentido se
había entregado a la justicia y fue condenado a diez años de trabajos forzados,
cosa que no le satisfizo por lo que se fugó cuando llevaba sólo tres, en 1.806.
Perseguido y acuciado por el hambre, cuando llevaba más de un mes huido, el 5
de junio, después de realizar varios robos asaltó la casa del guarda de la
dehesa del Verdugal, cuando vio llegar al fraile Pedro de Zaldivia y a partir
de aquí es Goya quien nos lo cuenta. Viñeta nº 1: El Maragato apunta al fraile
con una escopeta, para encerrarlo junto al guarda, su mujer, dos hijos, el
sobreguarda y un pastor, que aparecen al fondo. Viñeta nº 2: Como el bandido
pidió unos zapatos antes de partir, fue el fraile a acercárselos. Viñeta nº 3:
Tras esa aproximación entre ambos el fraile forcejea con el bandido con
resultado incierto. Viñeta nº 4: El primero le arrebata la escopeta al segundo.
Viñeta nº 5: El malhechor viéndose comprometido intenta huir, pero el fraile le
dispara en un muslo y le espanta el caballo. Viñeta nº 6: El fraile ata al
bandido herido mientras acuden en su ayuda el guarda y los demás. El final de
la historia lo completaremos para los curiosos, pues ya no lo cuenta Goya en su
tebeo. Es un final coherente con esa época dura y turbulenta: Pedro de Zaldivia
dio aviso a la justicia de Oropesa y el rey ordenó un castigo ejemplar que
consistió en un ahorcamiento el 18 de agosto de 1.806, que fue realizado en
concurrida presencia de curiosos en la Plaza de la Cebada de Madrid, siendo
descuartizado cuatro días después para esparcir sus restos por los caminos. Se
dice que Goya asistió a la ejecución y conocía las andanzas del bandido desde
que estuvo por tierras de Ávila con la corte del Duque de Alba.
Que nadie argumente que son cuadros autónomos, porque los
tebeos también se reproducen de planchas independientes, realizadas en
distintos soportes y materiales. La cuestión es que uno de estos cuadros por sí
solo no dice nada, y el conjunto de ellos, colocados en un orden lógico,
cuentan una historia, siendo esa la intención del artista. Podríamos añadir
varios bocadillos con las órdenes del bandido, podíamos poner la onomatopeya del
disparo, o líneas cinéticas de los forcejeos. Pero no son necesarios, porque
Goya nos contó la historia sin ellos. Tal vez, si este lenguaje narrativo
hubiera estado desarrollado entonces, el genial pintor habría utilizado esos
convencionalismos. Tal vez, si este lenguaje hubiera estado desarrollado
entonces, Goya no hubiera sido nunca un pintor, sino un narrador gráfico... Tal
vez. Pero de lo que no cabe ninguna duda es que a pesar de todo Goya hizo una
auténtica narración gráfica, un tebeo de principios del siglo XIX, y lo hizo
porque era un experimentador y quiso contar una historia con secuencias
gráficas.
Y hoy no termino con el comentario una narración gráfica,
porque me he extendido demasiado y, además, ya tenemos una, nada menos que de
Goya.
Ver las entradas anteriores relacionadas con esta:
(1) La historia del bandido maragato la narra
Manuel Revuelta en su obra “El Fraile y el Bandido: Trasfondo histórico de unos
cuadros de Goya”.
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