Ya nada es como antes, pero no podemos seguir así. Esto
tiene que cambiar.
En tiempos pasados vivíamos mejor. Hace unas pocas
estaciones, los más ancianos de la tribu lo pueden contar, los hombres salíamos
a cazar y todo era una fiesta. La preparación de las flechas, lanzas y
garrotes, las pinturas rituales, el acecho… Y la alegría de abatir a una gran
pieza, como los mamuts, de los cuales nadie ha vuelto a ver ninguno. Cuando
llegábamos al poblado, las mujeres y los niños nos recibían con gran alegría y
cantaban y danzaban en nuestro honor. Todo lo compartíamos y nadie era más que
nadie. El mejor cazador trabajaba para los demás, enseñándonos y corriendo los
mayores riesgos. El más fuerte cargaba la pieza a los hombros. El más alegre
nos hacía reír a todos. El más locuaz relataba la aventura por la noche
alrededor de la hoguera. Todos éramos felices y nadie trabajaba. En esa época,
los hombres no trabajábamos, cazábamos, comíamos y gozábamos a nuestras mujeres
y ellas a nosotros. Las mujeres, sin embargo, sí trabajaban. Mientras los
hombres nos divertíamos en una partida de caza, ellas cuidaban y limpiaban las chozas,
alimentaban a los niños, cosían las pieles… Eran las únicas que
trabajaban, pero eso les daba valor, y ese valor les era reconocido.
Ahora, desde que llegaron esos extranjeros que nos enseñaron
a cultivar el cereal, todo ha cambiado. Ya nada es igual. Y todo ha ido a peor.
Unos acaparadores se adueñaron del terreno y lo cultivaron. La
cosecha la guardaron en vasijas de barro cocido y saciaron su hambre, dejando
sobrantes, que no quisieron repartir. Armaron a los más brutos, para proteger
su cosecha, a cambio de unas migajas de comida. Y como los más brutos suelen ser
los más tontos no se dieron a razones. Cuando llegó la estación de los fríos,
no quisieron compartir nada, ya que decían que nosotros no habíamos
trabajado y lo necesitaban para sus hijos. Pronto olvidaron que mientras ellos cavaban la tierra, nosotros les alimentamos con nuestra caza y no nos importó.
Prometimos que nunca lo volveríamos a hacer, pero cuando llegamos con carne
fresca, nos apiadamos de su hambre y ellos se ofrecieron a intercambiar unas
raciones por su cereal. No nos gustaba esa pasta seca que nos ofrecían, pero
hicimos el trato por caridad. Desde entonces empezamos a cazar para ellos y
cada cosa empezó a tener su precio. Más tarde nos emplearon en las tareas de
cultivo, a cambio de un poco de comida, en los tiempos de escasez.
Ya no hacemos otra cosa, y casi no tenemos tiempo para salir
a cazar.
Los acaparadores tienen chozas donde viven junto a sus
familias, y nosotros no. Ellos son ricos y nosotros pobres. Los hombres, antes
libres, trabajamos ahora como si fuéramos mujeres y las mujeres los prefieren a
ellos, porque son ricos, y les ofrecen joyas. Ya no somos iguales. Ya nada es
como antes, pero no podemos seguir así. Esto tiene que cambiar. Y va a cambiar,
porque nos hemos puesto de acuerdo los desheredados.
Todo está acordado. Entraremos esta noche en sus chozas
y los mataremos a todos. No quedará vivo ni un solo acaparador. Tomaremos sus
riquezas y a sus mujeres.
Mañana sus hijos serán los que trabajen nuestras tierras.
Mañana sus hijos serán los que trabajen nuestras tierras.
El color de la arenisca me recuerda a Tiermes en Soria, sitio, y zona: el sur de esa provincia, en noreste de Segovia el noroeste de Guadalajara y el sureste de Burgos, de una hermosura recóndita, donde se tropieza uno con raíces de lo que fuimos en la edad media y anteriores, incluso un mamut. Tengo foto de uno erguido que lo acredita. (Mi amor por ese territorio se cimentó -también- en que allí tuve ocasión de rodar mi primer coche)
ResponderEliminarExacto, no te has desviado ni un sólo centímetro de la ubicación, je, je. Ocurre que para ilustrar un relato centrado en el neolítico busqué en las fotos más recientes que tenía un paisaje agreste, y visité Tiermes y su villa romana, además de Ayllón y alrededores, hace justo un año. Hermosa tierra y rebosante de Historia. Como no te imagino, es fotografiando fauna de hace 10.000 años...
ResponderEliminarCerca de Medinaceli hay un pueblo que se llama Ambrona y, por la característica especial de su tierra conservó fosilizados, o de otra manera, los huesos de un mamut, y al lado del edificio "centro de interpretación" donde están protegidos los huesos han erigido una reproducción del bicho. Mi primer trabajo remunerado, con alta en la seguridad social, fue en el Instituto de Ayllón. Tengo esas tierras rojas metidas en el cofrecito estético del alma.
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