miércoles, 12 de marzo de 2014

El poder de las palabras

Teorizaré un poco sobre la esencia de lo que se denomina “literatura” y no es para convencer a nadie, sino para dar pie a que cada cual reflexione y saque sus propias conclusiones. Si no coincidimos, sólo significará que estamos viendo lo mismo desde distintos puntos de vista, porque la realidad es tridimensional y no plana –o tal vez signifique que estoy equivocado…

La herramienta esencial de la literatura es, obviamente, la palabra y, por extensión, un idioma determinado. La literatura crea el idioma y lo enriquece. Quiero decir que sin escritores no puede existir idioma alguno que se precie de serlo, pues sería algo muy pobre e innecesario. Un idioma se mide por la calidad de los literatos que lo han transitado. Los escritores indagan en las potencialidades de una lengua y ayudan a estructurar su gramática.

Cuando señalo la palabra como la herramienta esencial, no estoy indicando que sea escrita. Sí, porque conviene no perder de vista que la literatura oral, también es literatura. Así, por ejemplo, el romancero medieval era elaborado, memorizado y transmitido sin dejar constancia escrita. Será después cuando esto ocurra, y no con intención de que tome vida, sino de fijarlo y de que se conserve. Otro ejemplo serían los libros del Antiguo Testamento, que se transmitieron durante siglos antes de ser escritos. Podían no haberlo sido y no por ello dejarían de ser literatura.

Como literatura oral tampoco conviene olvidar el teatro. Su medio de manifestación ideal es un escenario, y tampoco necesita que nunca haya estado negro sobre blanco, aunque su forma escrita, sin lugar a dudas, facilita la memorización de los textos y su conservación.

Hecha esta salvedad, pensemos en la gran aportación que la escritura aportó a la literatura, que, sin duda, le dota de una herramienta valiosa para su transmisión y disfrute.


La palabra, herramienta fundamental, no es algo aséptico, no es meramente la forma fonética de una imagen real o ideal. Es decir, existen palabras que nos remiten a algo concreto, mesa, o abstracto, amor, pero que no tienen el mismo peso que otros sinónimos en el contexto de una oración gramatical. Me estoy refiriendo a la carga connotativa que cada palabra puede poseer, que ha sido impregnada por la forma cotidiana de ser utilizada por los hablantes, evocándonos sensaciones, además de su significado. Para que se entienda claro, pondré un ejemplo llamativo: No pesan igual, no traen la misma carga connotativa, en una frase, la palabra testículos, que cojones, a pesar de referirse exactamente a lo mismo (“el médico me tocó los cojones, pues no quiso examinarme los testículos”, el cambio en el orden de los factores haría ininteligible el producto. O enriquecería el significado, con un ejemplo como este: “¡Valla un día más ajetreado! Mientras mi mujer estaba pariendo en el hospital, una vaca dio a luz en el establo”).

La poesía entiende mucho de connotaciones, así como de evocaciones, que le prestan las palabras, usadas y manoseadas por cada idioma determinado, aportándoles una carga emotiva. De la poesía son características así mismo las metáforas, con las cuales se sustituye el significado literal por imágenes, enriqueciendo la expresividad. La poesía es, sin duda, la cumbre de la Literatura y su base de experimentación y creación más notable. Donde más importancia tiene la elección de cada palabra.

Casa cual Díaz mes hola y azulado.

El breve párrafo anterior, de vocablos yuxtapuestos de forma aleatoria, pretende poner en evidencia que la literatura se sirve de palabras, pero han de ser coherentes para que exista la forma literaria. Descolocadas, o sin sentido, no sirven de nada. ¿O sí sirven? Estoy pensando en mucha poesía actual, que no consiste más que en una sucesión de palabras “bonitas” o literarias –tales como ingrávida, cancela, yermas…– cuyo significado es imposible de desentrañar al verlas formar oraciones sin sentido, sin métrica, sin rima y sin otro propósito que el adorno sonoro.

Pero, en la prosa, sin duda, la palabra necesita de una combinación gramatical con sentido para que se produzca la forma literaria. El objetivo de la narrativa es transmitir un mensaje y, para ello, son esenciales unas reglas que lo hagan comprensible: La gramática. El arte plástico abstracto, no figurativo, no tiene su equivalente literario. Sería tedioso para un lector una retahíla de palabras que no expresen ideas, pensamientos, etc. Aún así conozco a alguien que me dijo un día que se había leído el diccionario, desde la primera a la última página… Y por orden.

Una vez que tenemos lo esencial, la palabra en un discurso lógico, puede funcionar el lenguaje literario en sus múltiples facetas: novela, poesía, teatro... A partir de ese germen se pueden realizar tareas como detallar conversaciones –directas o indirectas–, expresar ideas, describir personas y paisajes, plantear disquisiciones filosóficas, bosquejar imágenes poéticas o presentar opiniones, que dejan al lector libertad para elaborar una imagen mental de lo que se le cuenta, ya que las palabras evocan, a la vez que muestran.

La literatura es, desde luego, mucho más que lo expuesto. Es incluso inabarcable, ya que el arte no debe aceptar límites, y no se agotará por muchos teóricos que intenten explicarlo. Esa es su grandeza y esta mi pequeña aportación. 

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