sábado, 14 de diciembre de 2019

La huella humana


España pierde población. Esto nos cuentan y lo dicen como si fuese un terrible problema. Luego la gente lo acepta y se preocupa. ¿A qué se debe? ¿Por qué no tenemos más hijos? ¿Por la crisis económica, porque somos más egoístas…?

Estamos tan acostumbrados a que nos den las noticias sin mascar y a que nunca se profundice en las cuestiones, que aceptamos todos los titulares y… a otra cosa. Eso es lo que quiere de nosotros un estado neoliberal, que no pensemos, que aceptemos sus píldoras de opinión y que dediquemos nuestro tiempo, el que nos sobra de trabajar —el que pueda— a seguir a un equipo de fútbol, a intentar entender las entelequias del último teléfono móvil que nos hemos regalado, a ver telebasura o a ocupar nuestro ocio con una afición que no sea lesiva para sus intereses. Si puede ser excluyendo la lectura, mejor. Y  en caso de que leamos, no seamos tontos, divirtámonos con Juego de Tronos, El Señor de los “Tornillos” —perdón es una broma privada— o la última de Fast and Fourius. Como verán mezclo intencionadamente literatura con audiovisuales, ya que lo que interesa no es la lectura, sino una historia que nos distraiga y nos saque de la realidad.

¿Una península de las dimensiones de la nuestra tiene un problema por disminuir los cincuenta millones de habitantes que la machacan? —Sumando Portugal, no se olviden.

En tiempos pretéritos —Edad Moderna, Edad Media o Edad Antigua— con una población peninsular entre unos ocho y once millones de habitantes, ya podíamos arrojar basura al mar, que este todo lo reciclaba. Ya podíamos quemar bosques, que se regeneraban. Ya podíamos utilizar medios de transporte, que estos incluso nos abonaban los campos.

El problema de la contaminación del mundo actual, el tema del agujero en la capa de ozono, el efecto invernadero, el calentamiento global, el estercolero en que hemos convertido a los mares, la escasez de alimentos… es decir, todo el apocalipsis que se nos viene encima está directamente relacionado con la superpoblación humana en este pequeño planeta, al que de momento llamamos Tierra, pero al que habríamos de denominar Basura.

Cuando estaba en mis estudios de educación secundaria, sentí un zarpazo de angustia al conocer las teorías de Malthus sobre el crecimiento exponencial de la población, que acabaría con los recursos de subsistencia. Nos parecía un aguafiestas, pero se está cumpliendo lo que dijo.

Y todo viene derivado directamente del sistema capitalista que, una vez libre del temor al comunismo, ha dejado de plegarse a buscar el bienestar generalizado. Cuando el capitalismo no tiene cortapisas, solo piensa en crecer, crecer y crecer. Al parar el crecimiento viene la crisis, se pasa mal y luego a seguir creciendo. Si no se crece, estamos fracasando. Pero cualquiera que plante un árbol en un recinto cerrado y techado, no puede pretender su crecimiento infinito, porque tarde o temprano se acabará asfixiado o derrumbando el recinto.

Para alimentar a siete mil quinientos millones de personas —año 2019—, hay que tener una ganadería extensiva que produce un gas metano venenoso. Hay que regar de pesticidas los campos de cultivo, que acaban con las abejas, las cuales dejarán de polinizar y extender la variedad forestal. Llenamos de plásticos nuestros mares, por envolverlo todo, para que pueda exponerse en un mercado, y luego hacemos una pesca intensiva que diezma los mares y nos ofrece proteínas de mierda embutida.

Estos son solo unos apuntes, que el sentido común nos indica que son verdaderos, aunque siempre vendrán iluminados que digan que no existe el cambio climático y que la Tierra es plana. Pero, contra imbéciles no se puede luchar.

A nuestro país le vendría muy bien tener diez millones de habitantes en lugar de cuarenta y, de manera proporcional, al resto de países. Esto daría lugar al abandono de pueblos en los que la vida se hace inhóspita, para que la naturaleza los invada y haga desaparecer. Sí, otra falacia, “que hay que repoblar la España vaciada”. Lo que hay que hacer es proporcionar una vida digna allí donde cada cual quiera vivir y no instar a la gente a vivir en lugares sin recursos.

Con la despoblación rural se recuperarían especies animales salvajes, se regenerarían los bosques y tendríamos un  planeta más limpio y habitable. Nos olvidamos que no somos los únicos con derecho a poblarlo, también están las otras especies.

El objetivo de toda planificación debía ser contener la natalidad. Y no estoy abogando por limitar el número de nacimientos, faltaría más, que cada uno tenga tantos hijos como quiera —y pueda—. Está demostrado que el mejor sistema de control de natalidad es el bienestar social. Así el egoísmo beneficioso nos llevará a querer disfrutar de las oportunidades que nos ofrece la vida y, en consecuencia, tendremos menos hijos.

¿Y quién trabajará, si por un tiempo la mayoría de los humanos seremos viejos? Pues las máquinas, que ya pueden hacer casi todas nuestras tareas. ¿Ah, sí, majo, y quién pagará los impuestos para mantener el estado del bienestar? Pues los que trabajan, claro. Es decir, las máquinas. En lugar de Impuesto de la Renta de las Personas Físicas (el IRPF), habrá que crear el Impuesto de la Renta de los Aparatos Mecánicos, El IRAM. Y que lo pague el que se beneficie de ello.

Que no nos engañe el capitalismo, no se necesita más natalidad, se necesita más calidad de vida y justicia social. Debemos consumir de proximidad y evitar la huella de carbono del movimiento de mercancías. Sustituir el Fast Food por el Slow Food. Acabar con la obsolescencia programada. Reutilizar, reparar y recargar, en lugar de usar y tirar…

Debemos tener las cosas claras, ya que la naturaleza tiene sus astucias y si no limitamos nosotros nuestra perniciosa huella humana, serán las catástrofes naturales las que nos envíen desastres y hambrunas. O las guerras, a las que viene abonándose el hombre con toda asiduidad histórica. Para ello, ya surgirán estúpidos como Trump, Bolsonaro, Salvini, Yelsin, Boris Johnson o Santiago Abascal. ¿Qué ya han surgido? ¡Dios mío!

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