España pierde población. Esto nos cuentan y lo dicen como
si fuese un terrible problema. Luego la gente lo acepta y se preocupa. ¿A qué
se debe? ¿Por qué no tenemos más hijos? ¿Por la crisis económica, porque somos
más egoístas…?
Estamos tan acostumbrados a que nos den las noticias sin
mascar y a que nunca se profundice en las cuestiones, que aceptamos todos los
titulares y… a otra cosa. Eso es lo que quiere de nosotros un estado
neoliberal, que no pensemos, que aceptemos sus píldoras de opinión y que
dediquemos nuestro tiempo, el que nos sobra de trabajar —el que pueda— a seguir
a un equipo de fútbol, a intentar entender las entelequias del último teléfono
móvil que nos hemos regalado, a ver telebasura o a ocupar nuestro ocio con una
afición que no sea lesiva para sus intereses. Si puede ser excluyendo la
lectura, mejor. Y en caso de que leamos,
no seamos tontos, divirtámonos con
Juego de Tronos, El Señor de los “Tornillos” —perdón es una broma privada— o la
última de Fast and Fourius. Como
verán mezclo intencionadamente literatura con audiovisuales, ya que lo que
interesa no es la lectura, sino una historia que nos distraiga y nos saque de
la realidad.
¿Una península de las dimensiones de la nuestra tiene un problema
por disminuir los cincuenta millones de habitantes que la machacan? —Sumando Portugal,
no se olviden.
En tiempos pretéritos —Edad Moderna, Edad Media o Edad
Antigua— con una población peninsular entre unos ocho y once millones de
habitantes, ya podíamos arrojar basura al mar, que este todo lo reciclaba. Ya
podíamos quemar bosques, que se regeneraban. Ya podíamos utilizar medios de
transporte, que estos incluso nos abonaban los campos.
El problema de la contaminación del mundo actual, el tema
del agujero en la capa de ozono, el efecto invernadero, el calentamiento
global, el estercolero en que hemos convertido a los mares, la escasez de
alimentos… es decir, todo el apocalipsis que se nos viene encima está
directamente relacionado con la superpoblación humana en este pequeño planeta,
al que de momento llamamos Tierra, pero al que habríamos de denominar Basura.
Cuando estaba en mis estudios de educación secundaria, sentí
un zarpazo de angustia al conocer las teorías de Malthus sobre el crecimiento
exponencial de la población, que acabaría con los recursos de subsistencia. Nos
parecía un aguafiestas, pero se está cumpliendo lo que dijo.
Y todo viene derivado directamente del sistema capitalista que, una vez libre del temor al comunismo, ha dejado de plegarse a buscar el bienestar generalizado. Cuando el capitalismo no tiene cortapisas, solo piensa en crecer, crecer y crecer. Al parar el crecimiento viene la crisis, se pasa mal y luego a seguir creciendo. Si no se crece, estamos fracasando. Pero cualquiera que plante un árbol en un recinto cerrado y techado, no puede pretender su crecimiento infinito, porque tarde o temprano se acabará asfixiado o derrumbando el recinto.
Y todo viene derivado directamente del sistema capitalista que, una vez libre del temor al comunismo, ha dejado de plegarse a buscar el bienestar generalizado. Cuando el capitalismo no tiene cortapisas, solo piensa en crecer, crecer y crecer. Al parar el crecimiento viene la crisis, se pasa mal y luego a seguir creciendo. Si no se crece, estamos fracasando. Pero cualquiera que plante un árbol en un recinto cerrado y techado, no puede pretender su crecimiento infinito, porque tarde o temprano se acabará asfixiado o derrumbando el recinto.
Para alimentar a siete mil quinientos millones de personas —año
2019—, hay que tener una ganadería extensiva que produce un gas metano
venenoso. Hay que regar de pesticidas los campos de cultivo, que acaban con las
abejas, las cuales dejarán de polinizar y extender la variedad forestal.
Llenamos de plásticos nuestros mares, por envolverlo todo, para que pueda
exponerse en un mercado, y luego hacemos una pesca intensiva que diezma los
mares y nos ofrece proteínas de mierda embutida.
Estos son solo unos apuntes, que el sentido común nos indica
que son verdaderos, aunque siempre vendrán iluminados que digan que no existe
el cambio climático y que la Tierra es plana. Pero, contra imbéciles no se
puede luchar.
A nuestro país le vendría muy bien tener diez millones de
habitantes en lugar de cuarenta y, de manera proporcional, al resto de países.
Esto daría lugar al abandono de pueblos en los que la vida se hace inhóspita,
para que la naturaleza los invada y haga desaparecer. Sí, otra falacia, “que
hay que repoblar la España vaciada”. Lo que hay que hacer es proporcionar una
vida digna allí donde cada cual quiera vivir y no instar a la gente a vivir en lugares
sin recursos.
Con la despoblación rural se recuperarían especies animales
salvajes, se regenerarían los bosques y tendríamos un planeta más limpio y habitable. Nos olvidamos
que no somos los únicos con derecho a poblarlo, también están las otras
especies.
El objetivo de toda planificación debía ser contener
la natalidad. Y no estoy abogando por limitar el número de nacimientos,
faltaría más, que cada uno tenga tantos hijos como quiera —y pueda—. Está
demostrado que el mejor sistema de control de natalidad es el bienestar social.
Así el egoísmo beneficioso nos llevará a querer disfrutar de las oportunidades
que nos ofrece la vida y, en consecuencia, tendremos menos hijos.
¿Y quién trabajará, si
por un tiempo la mayoría de los humanos seremos viejos? Pues las máquinas,
que ya pueden hacer casi todas nuestras tareas. ¿Ah, sí, majo, y quién pagará los impuestos para mantener el estado del
bienestar? Pues los que trabajan, claro. Es decir, las máquinas. En lugar
de Impuesto de la Renta de las Personas Físicas (el IRPF), habrá que crear el
Impuesto de la Renta de los Aparatos Mecánicos, El IRAM. Y que lo pague el que
se beneficie de ello.
Que no nos engañe el capitalismo, no se necesita más
natalidad, se necesita más calidad de vida y justicia social. Debemos consumir
de proximidad y evitar la huella de carbono del movimiento de mercancías.
Sustituir el Fast Food por el Slow Food. Acabar con la obsolescencia
programada. Reutilizar, reparar y recargar, en lugar de usar y tirar…
Debemos tener las cosas claras, ya que la naturaleza tiene
sus astucias y si no limitamos nosotros nuestra perniciosa huella humana, serán
las catástrofes naturales las que nos envíen desastres y hambrunas. O las
guerras, a las que viene abonándose
el hombre con toda asiduidad histórica. Para ello, ya surgirán estúpidos como Trump,
Bolsonaro, Salvini, Yelsin, Boris Johnson o Santiago Abascal. ¿Qué ya han
surgido? ¡Dios mío!
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