Sí que es verdad que el conservadurismo es el factor característico de la derecha en el terreno de lo social, pero no en otros terrenos. Por ejemplo en lo cultural y el patrimonio. En la ciudad donde vivo, llevamos décadas en las que la labor de conservación patrimonial ha sido defendida por gentes de izquierda y, por desgracia, la destrucción la han defendido las derechas. Y digo lo de por desgracia, porque en la ciudad donde vivo, son las derechas las que llevan gobernando durante, ya no decenios, sino siglos. Muestra de ello son las destrucciones de patrimonio como el cementerio mudéjar, la Fábrica de Harinas o incluso el Alcázar de Ávila. Y las murallas no las tiraron porque eran muy sólidas y por falta de presupuesto.
Por ello no tengo ningún empacho de mantener en este blog
una etiqueta que se denomina Defensa del Castellano y que es netamente conservadora. La
cual intento alimentar de vez en cuanto, aunque normalmente movido por la
indignación.
No es de recibo que la tercera lengua más hablada en el
mundo, en la cual han escrito intelectuales como San Juan de la Cruz, Rubén
Darío o García Lorca, por poner tres nombres al azar, y con más de quinientos
millones de personas que la tienen como lengua materna, esté sufriendo un
proceso de destrucción tan a ojos vista.
Mis reflexiones me han llevado a una idea clara: tenemos
complejo de inferioridad y no valoramos en absoluto el idioma castellano. Y esto es inducido.
Nos lo delatan las redes sociales, donde nadie se preocupa
si está escribiendo correctamente una palabra castellana pero, si utilizan el
inglés, miran con lupa para no cometer un error al escribir WhatsApp, smartphone, runners, etc.
Estas personas, incluso, se preocupan de
pronunciar lo más correctamente que les es posible la lengua de Shakespeare. Por ejemplo sus correos
electrónicos son yimeil punto com (gmail.com) y,
en lugar de utilizar una tableta, ellos tienen una táblez (tablet).A un anuncio comercial en los medios audiovisiuales, si quiere tener glamur, no le queda otra que realizar la locución en inglés, o como mucho en francés o italiano si es de moda. El otro día, en la tele, escuché al inefable Miguel Ángel Revilla quejarse de lo mismo, poniendo el ejemplo de cuando pronuncian el castellanísimo nombre de Carolina Herrera, con acento anglosajón, Cagolina Eguega.
Sé de primera mano que algunos visitantes extranjeros en nuestro país se han indignado cuando han encontrado un dependiente que no les entendía en inglés. Y, por el contrario, las noticias de vez en cuando nos informan de la agresión en una calle, o en el metro, de Londres, a un turista español por hablar en castellano con un compatriota.
Hace poco cayó ante mis ojos un artículo a través de las
redes sociales, en el que el titular ya es de por sí significativo: Los españoles hablamos peor inglés que los suecos o los
portugueses. Y sí, el doblaje es culpable. ¡Toma ya! No dice que la
causa es que nuestras películas tradicionalmente se doblen, si no que es
culpa del doblaje. Somos ignorantes por no hablar inglés y no hay
causas, sino culpas. ¿Por qué alguien con una carrera universitaria tiene que
sentirse ignorante por no hablar inglés? Aunque sea bilingüe o trilingüe (pensando en Cataluña). Yo, por ejemplo, me esfuerzo en hablar francés y tengo mi carrera universitaria,
pero soy ignorante, porque no hablo inglés. Y confieso que intento por todos
los medios, desde hace tiempo, olvidar el poco inglés que aprendí. Por
rebeldía, tal vez. Pero sobre todo, por ser consciente del tremendo daño que
está haciendo este idioma a la lengua en la que me expreso. Sí, la
está contaminando, menospreciando y desvirtuando. Siendo la intención última el
enterrarla, para unificar a toda la humanidad.
Una obra de arte, como una película, es más auténtica si
está subtitulada, que si está doblada. De acuerdo. Pero cuando nos colonizan
culturalmente con una sola lengua, estamos hablando de otra cosa. Si eliminamos
el doblaje no escucharemos en la pantalla más que el idioma que nos quieren imponer para dominarnos mejor.Fotograma de Black Mirror |
Entonces, bendito doblaje, que al menos a mi generación le
salvó de la inmersión en el capitalismo más salvaje que viene en la actualidad
desde dentro de los muros –de momento imaginarios– del nefasto Trump. El cual, tanto
desprecia a los hispanohablantes, dicho sea de paso, que se cree superior
culturalmente, aunque sea incapaz de leer un libro entero.
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