De la primera hornada de narradores gráficos norteamericanos
destaca Winsor McCay (1867-1934), que cuenta con una de las obras
míticas del género, Little Nemo in Slumberland, donde el niño
protagonista cada noche es transportado al país de Slumberland, viviendo
las más surrealistas aventuras oníricas, que concluyen con el muchacho
despertando en la última viñeta. Posee un dibujo de línea clara muy trabajado,
un espléndido colorido y una imaginación desbordante, recreándose en edificios
modernistas y encuadres que se anticipan a las realizaciones cinematográficas
que, esta vez sí, lo convierten en una verdadera obra de autor, que tuvo la
suerte de ser realizada porque era del gusto del público. Esta serie supone un
hito en la consideración de la Narrativa Gráfica como Arte, ya que en 1966 sus
planchas originales fueron presentadas en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York.
También destaca George McManus (1884-1954) que, con
su serie Bringing Up Father, ridiculizó el afán insaciable de riqueza de
la sociedad norteamericana. Relata las aventuras de un nuevo rico utilizando un
fino análisis sociológico. Igualmente, la realización fue preciosista y los
decorados y vestuarios eran fiel reflejo del Art Decó y el estilo Moderno. Es
de remarcar la relación de los mejores autores con las tendencias artísticas de
su época, aunque desgraciadamente es algo que no cuajó, pues el motor que movió
estas realizaciones era meramente comercial, ya que se pretendía llegar a las
masas antes que a las élites cultas.
George Herriman (1880-1944) alcanzó fama con una tira marginal,
sin título, que iba al pie de su serie The Family Upstairs o The
Dingbat Family, como se denominaría después. La tira, que llegaría a ser
independiente, se denominó Krazy Kat, teniendo luego su plancha
dominical. Sin abandonar un dibujo minimalista y un ambiente surrealista,
mezcla la lógica más coherente con una sinrazón fantasiosa, en un paisaje que
cambia de viñeta a viñeta sin motivo alguno. El trío protagonista son un ratón
agresivo, una gata, o gato que nunca queda claro, perpetuamente enamorada/o de
su pillo maltratador y un policía de carácter simple y paternalista que intenta
proteger al minino, del que también está enamorado en secreto. Esta trama
enrevesada y surrealista logró subsistir gracias al empeño del editor Hearst, que estaba encantado con ella.
En un principio los periódicos mantenían su propia plantilla
de dibujantes, lo cual limitaba el fenómeno a las grandes ciudades. Los más importantes
vendían los derechos de reproducción a los periódicos más pequeños que no competían
con ellos. Para la distribución eficiente habían nacido los Syndicates
que se encargaron de suministrar chistes y producciones gráficas desde mediados
del siglo XIX a los periódicos rurales. A pesar del nombre de sindicatos
se trataba de agrupaciones dirigidas por empresarios que contrataban a los
dibujantes como trabajadores asalariados. Por este camino llegaron, primero los gag-panel y luego los comics, a distribuirse por todo el país,
popularizando el género y consiguiendo el fortalecimiento de estas “agrupaciones
sindicales”, que terminaron por ser los únicos agentes de distribución de las
series de cómic para la prensa. Los más importantes fueron el King Features
Syndicate y el United Feature Syndicate, que proceden de fusiones de
anteriores Syndicates y eran controlados por los magnates de la prensa
como Randolph Hearst.
Pero entre los creadores que asentaron el lenguaje hubo más paja que grano. La unión de magníficos dibujantes, muchas veces excelentes narradores gráficos, con guionistas, las más de las veces de escasa capacidad intelectual, junto a las limitaciones del género (intentar no ofender a los lectores, pretensión de vender periódicos...) dieron como resultado series de entretenimiento sin pretensiones y con muy pocos logros artísticos.
Pero entre los creadores que asentaron el lenguaje hubo más paja que grano. La unión de magníficos dibujantes, muchas veces excelentes narradores gráficos, con guionistas, las más de las veces de escasa capacidad intelectual, junto a las limitaciones del género (intentar no ofender a los lectores, pretensión de vender periódicos...) dieron como resultado series de entretenimiento sin pretensiones y con muy pocos logros artísticos.
En las décadas de los
años diez y veinte los cómics generalizaron la continuidad narrativa, es decir
el “continuará” de día a día y semana a semana. Las series se diversificaron
creando géneros de testimonio cotidiano, que cristalizaron en los años veinte,
dominando el punto de vista humorístico y la caricatura. Los temas eran la
familia, los niños traviesos, animales humanizados, series “de chica” o de
individuos marginados. Hay que citar, al menos, las más famosas: The
Katzenjammer Kids, de H.H. Knerr; Blondie, de Chic
Young; Thimble Theatre, de E.C. Segar, del cual nacería el
famoso Popeye; Flahs Gordon, de Alex Raymod; Polly and
Her Pals, de Cliff Sterret; Little Orphan Annie, de Harold
Gray, Li'l Abner de Al
Capp...
La depresión económica de los años treinta, que generó
legiones de parados, sumada al gansterismo proveniente de la Ley Seca,
multiplicó el crimen organizado. La violencia, la inseguridad y el asesinato
prosperaron tanto que surgieron héroes implacables, cuyo precursor fue Dick
Tracy, de Chester Gould. Las historias de continuidad fueron reinas en
los años treinta y produjeron el desarrollo de las series de aventuras, siendo
pionero Roy Crane (1901-1977) con el Captain Easy. Luego llegó
la avalancha de héroes, siendo los más conocidos Prince Valiant y Tarzan,
de Hal Foster o Bucks Rogers,
de Dick
Calkins. También proliferaron detectives, aviadores, ciencia ficción, far
west y superhéroes. Éstos últimos en un principio sin poderes
extraordinarios (The Phanton o Mandrake) y a partir de Superman,
con la proliferación de toda clase de extrapoderes pseudocientíficos. La
continuidad pervivió hasta que en la década de los años cincuenta crecieron las
tiras de gag diario. Durante la II Guerra Mundial las series se hicieron más
realistas e implicaron a los personajes en la contienda, la más famosa fue Terry
and The Pirates, de Milton Caniff. Después de la
contienda las series de humor dejaron de
ser divertidas y las de aventuras perdieron su espíritu tras una catástrofe que
dejó más de treinta millones de muertos e infinitos sufrimientos. Entonces
florecieron series que pretendían reflejar situaciones realistas: Brenda
Starr, Rex Morgan, Mary Worth, Juliet Jones, On
Stage, Rip Kirby, Casey Roggles, Cisco Kid...
Con el paso de los años, a partir de la década de 1950, las strip
y las sunday sufrieron un cambio de estilo; se hicieron más pequeñas,
con dibujos más sencillos, sin complicadas tramas, aligerando a su vez los
diálogos, con dibujantes como Mort Walker, Charles Schulz o Walt
Kelly.
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