En España no se lee, digan lo que digan. El pasado lunes
asistí a una interesantísima conferencia del editor de Impedimenta, Enrique
Redel, y dio unas cifras que verdaderamente desmoralizan. Existen en nuestro
país unos 20.000 lectores, considerando tales a los habituales, los que al
menos leen un libro al mes. Por el contrario señaló un ejército de escritores
que rondan los 40.000. También dio cifras astronómicas del número de libros
editados, pero no entraré en ello.
En España no se lee, ni se ha leído tradicionalmente. Si
antes en parte era por el analfabetismo atávico, ahora en gran parte es por el
analfabetismo tecnológico. Todo el mundo “lee” y “escribe” en dispositivos
electrónicos: WhatsApp (multiplicando
al infinito las faltas de ortografía), Twitter
(limitando al mínimo los conceptos), Facebook
(felicitando cumpleaños, haciéndose eco de noticias no contrastadas y
distribuyendo cadenas de estupideces), Instagram
(fotos, poses…). Pero en España no se lee.
Salvando a los profesionales de la enseñanza motivadores —los hay y los ha habido siempre—, unos cuantos se han empeñado en
causar alergia a los alumnos hacia los libros. Un adolescente no puede leer el
Quijote o La Regenta. No lo entiende, le aburre y le hace identificar a la
buena literatura como un peñazo, una tortura.
La literatura debe ser, en primer lugar, un elemento de
disfrute. Permítanme que me auto plagie en unas líneas del discurso que realicé
en la III edición de los premios “La sombra del ciprés”:
La literatura debe
bajar del altar en el que se ha instalado, por el prestigio y respeto que a lo
largo de la Historia ha ido adquiriendo. Debemos devolverla a sus orígenes,
porque la literatura debe ser, en primer lugar, un elemento placentero de
disfrute, lo cual no quiere decir que deba estar reñida con la calidad.
El ejemplo está en los
clásicos. Tanto El Quijote, como otras obras que nadie discute hoy en día
—mencionemos también El Lazarillo de Tormes— se escribieron para divertir a los
lectores. Sí, Cervantes jamás llegó a imaginar, mientras lo escribía, que
pasaría a la historia por El Quijote, en lugar de por otras obras suyas “más
serias”, como La Galatea.
El hecho de que en
nuestros días, a primera vista, no descubramos esta cercanía con las obras
clásicas, no se debe más que al envejecimiento del idioma y costumbres que
dificultan su comprensión. Pero en su día, el Ingenioso Hidalgo, era leído con
jocosidad. O escuchado por los analfabetos de manos de aquellos generosos que
podían leer en voz alta para regocijo de todos.
Hace unos días, mi amigo César Díez Serrano, en una
conferencia dentro del ciclo de la Biblioteca Pública de Ávila titulado “El
donoso escrutinio”, salvó de la quema a tres autores británicos. Arthur Conan
Doyle —Sherlock Holmes—, J.K, Rowling —Harry Potter—, J.R.R.
Tolkien —El señor de los anillos o El
Hobbit—. Su argumento, que comparto,
es que son obras que fabrican lectores, habiendo sido capaces de lograr que los
adolescentes abandonaran los dispositivos electrónicos por la lectura en papel.
Y que lo disfrutesen y les apasione. Hubo quien, con buen criterio, apostó en esa
conferencia por guiar también a los adolescentes hacia lecturas de calidad, ya
que, por ejemplo, dijo esa persona en cuestión: "aquellos que se enfrascan en 'basuras' tales como la saga
Crepúsculo, no llegarán a hacerse lectores nunca". Yo estoy de acuerdo en que hay que guiar, sí, explicar también,
pero no forzar lecturas que generen rechazo. Ni en considerar 'basura' ninguna lectura, pues todas pueden abrir los ojos al apasionante mundo de la literatura. Si la disfrutaron cumplió su función.
Yo abogo porque cada cual elija la lectura con la que
disfrute, según una célebre cita de Borges [1], que era la base de la
conferencia de César. Ya le llegará a cada cual el momento en que sean capaces
de disfrutar otro tipo de lecturas. Me baso en dos premisas.
Una. Que la lectura es un aprendizaje mecánico, similar al
de aprender a andar. Ya nadie recuerda sus pasos temblorosos de bebé, que no le
llevaban a ningún lugar. Solo la práctica posibilitó, primero, que tuviéramos
la autonomía de poder desplazarnos al cine o la habilidad de convertirnos en un
corredor de fondo. Ráner los llaman ahora. Solo leyendo, lograremos con el
tiempo la habilidad de no deletrear, sino pasar la vista con agilidad por unas
palabras que conocemos para entender las ideas que nos transmiten. Sin esfuerzo.
Disfrutando.
Dos. La industria del libro es una industria. Perogrullo.
Para mantenerse tiene que vender y solo eso les da la posibilidad de tener una
estructura fuerte. Series como Crespúsculo ayudan a que esa industria pueda
también editar libros de culto minoritarios. Sin esa industria no es posible,
porque de vender pocos libros no puede mantenerse.
Libros, industria,
papel. ¡Si eso está desfasado! Ahora lo que se lleva es la lectura electrónica.
Pues va a ser que no. Según apuntaba también Redel, los libros electrónicos
no son más que una moda, pasajera, ya que caducará esa tecnología, dejando
obsoleto cualquier aparato, como pasó con el VHS y está pasando con el
DVD. El libro electrónico facilita una lectura de consumo, que luego
desaparece, ya que las bibliotecas electrónicas no se conservarán. Ni se
heredan. Además, la lectura en papel proporciona un mapa mental físico, donde
podemos acudir con facilidad para repasar cuándo apareció un personaje en una
historia, por ejemplo, entre otras muchas potencialidades que no da el libro
electrónico. Como complemento sirve, para no cargar libros en unas vacaciones,
pero no como sustituto. La industria editorial es indispensable en la cultura y
genera empleo y riqueza. ¿Qué más podemos pedir?
En Francia se lee. En España no se lee, pero no es una
limitación natural y podemos cambiarlo. Tan solo hay que explicarle a todo el
mundo que existe el libro con el que puede disfrutar. Sea quien sea el lector.
Cuando lo tengamos claro, la historia a contar será otra.
[1] Jorge Luis Borges: "Si Shakespeare les
interesa, está bien. Si les resulta tedioso, déjenlo. Shakespeare no ha escrito
aún para ustedes. Llegará un día que Shakespeare será digno de ustedes y
ustedes serán dignos de Shakespeare, pero mientras tanto no hay que apresurar
las cosas".
Extraordinario texto, Cristóbal. Analítico, clarificador y culto. Todo sea en favor de la Literatura, artículo de consumo necesario, imprescindible, y, sin embargo,tan poco demandado. Qué pena. Enhorabuena, amigo. Un abrazo.
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