Paseando por la ciudad de Ávila no es difícil toparse con un verraco.
Son, éstas, esculturas zooformas de gran tamaño, que suelen representar
toscamente un toro o un cerdo. Para el que no las ubique, puede hacerse una
idea con los famosos Toros de Guisando.
Estas figuras las realizaba una tribu celta, los vetones, que eran en
esencia ganaderos y habitaron las tierras colindantes con la cordillera del
Sistema Central, básicamente entre las provincias de Ávila y Salamanca. Para
qué servían estos monolitos, no está claro. Primero se les atribuyó carácter
religioso, propiciatorio de la ganadería, de la que subsistían sus autores.
Pero también pudieron servir como hitos que señalaban campos, ya que los
castros celtas se encaramaban a colinas y desde éstas se divisaban los terrenos
del valle donde pastaban las ganaderías, que serían señalados con los conocidos
toros de granito.
El caso es que no se sabe a ciencia cierta. Y no se sabe porque la
cultura vetona, al igual que otras culturas celtas, celtíberas e iberas, fueron
destruidas, masacradas y desmanteladas por los romanos. Y para ello se empleó
gran crueldad y ensañamiento, recordemos dos hitos heroicos como Sagunto o
Numancia. En su larga conquista de la Península Ibérica, que superó el siglo,
los romanos hicieron despoblar los castros fortificados, arrasándolos y obligando
a los supervivientes a poblar en el llano. También la aculturación hizo que no
quedaran restos de las costumbres, la lengua, la religión o la sabiduría celta.
Han pasado los siglos y lamento que de la cultura celta peninsular, así
como la ibera, apenas queden migajas materiales y, salvo alguna breve recensión
histórica romana, nada escrito de un pueblo que ya existió en tiempos en los que estaba inventada la escritura.
A pesar de ello, no le tengo ninguna inquina a los italianos,
descendientes de los conquistadores. Ni les insulto avergonzándolos por las
masacres realizadas. Al contrario estoy orgulloso del mestizaje que dio forma a
los españoles actuales. No solo fuimos iberos, celtas y romanos, también
germanos (visigodos), árabes, judíos, etc. Por eso no llego a comprender cómo
cada vez que llega la conmemoración del encuentro entre europeos y americanos
que supuso lo que se ha denominado erróneamente como “descubrimiento de
América” surgen voces que intentan hacer que nos avergoncemos de ello los que
somos herederos de la historia de España.
Hoy en día las guerras de conquista son execrables y los sufrimientos
que provocan no tienen ninguna justificación. Ni siquiera podemos justificar
ahora las conquistas del pasado, pero tampoco podemos juzgarlas con las
premisas actuales. Y más en el caso de América, donde los conquistadores
invadieron militarmente un continente en unas pocas decenas de años del siglo
XVI. En Castilla ocurrió lo que pocas veces ha tenido lugar en la Historia, que
los invasores se plantearon éticamente el derecho que tenían de conquista, cuya
más palpable expresión está en la Junta de Valladolid de 1550-51, donde se
desarrolló la controversia entre Bartolomé de las Casas y Ginés de Sepúlveda
sobre el derecho de conquista y en Leyes Nuevas de 1542, que pretendían “el
buen tratamiento de los indios”. Sí, apenas cincuenta años después del
encuentro con el fantástico continente americano. Algo muy diferente a lo que
hicieron los puritanos y calvinistas con las tierras indígenas del norte.
Por otro lado siempre se pasa por alto el grado de barbarie que
desarrollaban imperios como el azteca, entre otros, para los cuales el que el Sol continuara diariamente su ciclo suponía el sacrificio diario en todos sus
templos —varios por ciudad— no de un animal, sino de un ser humano. Y si era
niño, más mérito tenía. Lo del indígena feliz y en paz con la naturaleza no es
más que una memez. El imperio azteca estaba en un grado de desarrollo similar en
crueldad al imperio romano, que celebraba combates de gladiadores. Los
castellanos que llegaron a América, sin lugar a dudas, tenían una elevación
espiritual y humanitaria mucho mayor, aunque hoy en día nos parezca atrasada.
Me asquean estos días en las redes sociales muchas denigraciones del
encuentro entre europeos y americanos con imágenes de carabelas surcando mares
ensangrentados. O llamamientos a la “resistencia indígena”. ¿Resistencia
indígena tras quinientos años de la conquista y doscientos de independencia? ¿A
quién tienen que resistir? ¿No estaremos hablando de otra cosa? ¿No será rebelión
contra las élites capitalistas de sus propios países? Claro que entre los
humillados y pobres, gran parte lo forman comunidades indígenas, pero esa es
otra historia. La conquista de América por parte del imperio castellano concluyó
en el siglo XVI y ya va siendo hora de que los “pueblos oprimidos” tomen
conciencia de su responsabilidad histórica y no busquen cabezas de turco para
culpar a otros de sus males actuales.
Las personas que conquistaron América son antepasados de los americanos
actuales y no de los que ahora vivimos en el Península Ibérica, cuyos
antepasados obviamente no fueron allí, si no que se quedaron aquí destripando
terrones. Si quieren culpar a alguien por lo pasado, que se miren en un espejo y descubran su grado de mestizaje.
Yo sé que no soy vetón, como tampoco soy romano, ni judío, ni musulmán, aunque
pueda tener sangre de todos ellos. En mi caso personal tan solo puedo
certificar que tengo sangre alemana por mi quinto apellido. Pero me siento
orgulloso de los vetones de una tierra, Ávila, en la que no nací, como me
siento orgulloso de toda la sangre mestiza que corre por mis venas.
Yo el 12 de octubre sí que tengo mucho que celebrar. El encuentro entre
dos continentes, el compartir una misma lengua que posibilita que los
americanos de hoy en día puedan leerme; el tener unos intelectuales, como por
ejemplo Rubén Darío, del que podemos sentirnos orgullosos tanto los abulenses
como los nicaragüenses.
La Historia no la podemos cambiar, pero sí asumirla y
extraer lo positivo para enriquecernos.
No puedo estar más de acuerdo. Es maravilloso que escuchemos tangos y boleros y que quienes los cantan se entiendan entre ellos. Que los entendamos fue una imposición del más fuerte. Pues vale, pero nos viene muy bien. Somos tataramucho de un legionario romano que se pasó por la piedra a una vetona o de un magrebí que se pasó por la piedra a una hispanovisigoda, y lo hicieron con violencia, pero los espermatozoides se liaron amorosamente con los óvulos y aquí estamos, para vivir. El que se sienta responsable de ello que se suicide si quiere, pero yo quiero vivir feliz sin pedir cuentas, ni que me las pidan los "cansinos" que nunca han de faltar.
ResponderEliminarGracias por tus palabras, hacen que me sienta menos solo, ya que estos días todo es repetir como papagayos que somos una raza de asesinos "malparidos". ¿Cuándo van a madurar los "pueblos oprimidos" y asumir su responsabilidad? Celebremos a García Márquez y a Gustavo Darín, esperando que ellos celebren a Pedro Almodóvar y Miguel Delibes como algo propio, o al menos próximo. Solo valorando nuestra cultura podremos hacer frente a la imposición del modo de ver las cosas anglosajón tan asfixiante.
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