Entre las distintas noticias, que a diario nos asaltan en los medios de
comunicación, hay un par de ellas que son recurrentes y nos golpean una y otra vez,
sin que veamos su final.
El caso es que tienen un elemento importante en común y es lo que me
motiva a realizar una pequeña reflexión. Me refiero a dos actos terroristas sin
sentido y sin ninguna posibilidad de éxito para sus ejecutores. Uno es el
terrorismo islamista, simplificado como yijadismo, y otro es el terrorismo
machista. Son tan diferentes entre sí, aparentemente, que no somos conscientes
de que tienen las mismas raíces.
Ambos se basan en una forma de entender la realidad de manera nada
flexible, sino fija y estanca. Con un solo punto de vista y lejos de toda empatía
con el otro, al que se cosifica, insultándolo y considerándolo el causante
subjetivo de todos los males. Pero lo que más les iguala es querer llevar a
efecto sus aspiraciones, que ellos creen justas, aún a costa de sus propias
vidas, las cuales no dudan en sacrificar para salirse con su propósito.
Un paréntesis. Lo islámico, lo musulmán, merece todo el respeto. El
mismo respeto que merecen el resto de las religiones o el ateísmo, porque la fe
es hija de la voluntad. Se cree en lo que se quiere creer, sin lógica racional.
El ejercicio de la libertad individual nos permite elegir qué es lo que
queremos creer o no creer y solo se puede ejercer esa libertad con el respeto
de los demás. Pero muchas veces se confunde lo musulmán con el islamismo
extremo. Para deshacer este error, abramos
los ojos y descubramos que la mayor parte de las víctimas de los radicales islamistas
son los propios musulmanes.
Los islamistas radicales ven en la fe —su fe, claro— la única forma de
vida, y quien no tiene su misma fe es un
ignorante despreciable, en el mejor de los casos, o es un criminal. Su mayor
aspiración es obligar a que todos piensen como ellos o desaparezcan. No quieren
comprender los cimientos de barro que sustentan sus creencias.
Test de la mente sucia: ¿Qué es esto? A) Son patatas B) No son patatas (Solución: ¡Tú mismo!) |
El machismo supone una forma de ver la vida igual de radical: El hombre
es libre y la mujer está a su servicio. Repasemos la Historia y veremos que así
han estado planteados muchos siglos. En el actual, en el que la mujer reclama,
por justicia, la misma libertad que el hombre, hay quienes no lo entienden y se
ven atacados en su verdad por unas díscolas que quieren vestir a su manera,
hablar con quién les dé la gana o simplemente romper una relación de pareja que
no les satisface. Esto causa el efecto de que el machista se considere herido
en lo más profundo de su esencia, recurriendo a la humillación o a la violencia
física para imponerse. Tampoco quieren comprender que su punto de vista también
tiene cimientos de barro.
Otro paréntesis importante, para no equivocar el diagnóstico. Al igual
que no debemos considerar yijadistas a los musulmanes, por el hecho de ser
musulmanes, tampoco debemos considerar machistas a los hombres por el hecho de
ser hombres. Además de injusto, lleva a errar en las soluciones a proponer.
Ante la irracionalidad de ambas posiciones, el machismo y el islamismo
radical llegan a la locura de querer salirse con la suya sin importar las
consecuencias y así crean al monstruo. Monstruos que, con la razón subjetiva inviolable de su parte,
se suicidan matando. Y contra esto no se puede luchar. ¿Cómo vamos a coaccionar
a los asesinos si ellos mismos se quitan la vida? ¿Cómo vamos a prevenir que un
energúmeno con un cuchillo, con un coche o a manos limpias, acabe con la vida
de su prójimo —próximo en sentido literal—, si entrega su vida en ese acto?
Solo hay una forma: Educación. Enseñar el respeto a los demás y a que
todo el mundo es libre de hacer siempre lo que le venga en gana, mientras no
conculque otras libertades. Es decir, ser abiertamente intransigentes con
quienes sean intransigentes. Los intransigentes no pueden convivir con el resto.
Son enfermos. Por lo que debemos encerrar a estos energúmenos, tanto yijadistas
como machistas, separándolos de la sociedad sana. El simple hecho de su
ideología ya debe considerarse delito, aún antes de cometer otro. Pero, mientras
se logra esa educación plena, no queda más remedio que potenciar todas las
medidas preventivas y reparadoras posibles.
Algún día, el que no respete a los demás, estará marginado de la
sociedad. Hacia esto debemos avanzar.
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