Me permito
comenzar con un chiste de mi cosecha, que fue publicado hace poco en una página
web con la que colaboro, avilabierta.com,
decía así:
“Haciendo
running, me topé con mi coach, que me dijo que iba de shopping y me pidió que le prestara el smarkphone, porque el suyo estaba missing. De repente un senior hizo un speech que no entendí: ‘¡Vaya un par de gilipollas!’ ”
Poco
después me sorprendió la casualidad en una red social, al ver publicado algo
parecido. Lo inserto a continuación sin tapar el nombre del autor, para que se
le atribuyan sus méritos:
Muchos
tomarán la palabra “gilipollas” como algo soez o grosero, o cuando menos
malsonante, pero está justificada porque su sonoridad se ajusta muy bien al
tipo de personas a las que definen las dos chispas de humor. De todas formas me
permito relatar brevemente de dónde viene esa palabra, si es que no estoy
equivocado, ya que no he comprobado que la anécdota sea real, ni falta que
hace, “no dejemos que la realidad estropee una buena historia”, como ya dijo
alguien.
Se
cuenta que un alcalde de Madrid, en el siglo XIX, llamado Gil, tenía dos hijas
poco agraciadas, a las que se les pasó la edad casadera. El amor paterno le
indujo al buen hombre a “exhibirlas” en todo tipo de reunión social a la que
fuera invitado, para ver si las encontraba pretendiente. Por otro lado hay que
aclarar que la palabra “polla”, no tenía entonces el significado de hoy en día,
ni sus connotaciones indecorosas. En la época de la anécdota a los jóvenes
solteros se los denominaba “pollos” y a sus equivalentes femeninas “pollas”.
Así el calificativo de pollitos o pollitas, no era en absoluto insultante. Pues
bien, cuando nuestro preboste entraba en la reunión social al efecto, acompañado
de sus dos hijitas, era presentado como don Gil y pollas. La guasa castiza
comenzó a burlarse del buen hombre, denominando “Gil y pollas” a cualquier
convecino bienintencionado aunque simple.
Así,
en mi lucha quijotesca por la preservación de nuestra hermosa lengua
castellana, propongo denominar sin pudor, con el calificativo de gilipollas a
todo aquel que, aún sin ser consciente, trabaja a marchas forzadas para su
destrucción y desaparición. Pues la lengua de Cervantes no se merece tamaña
felonía.
Todos
los idiomas, y el nuestro también, están vivos e integran barbarismos que los
enriquecen. No lucho contra ellos, pues hay conceptos que o se importan o se
inventan. Mi lucha se centra en esas toneladas de voces innecesarias, que no
sólo no se necesitan por innecesarias, sino que acabarán por enterrar una
lengua hablada por más de 500 millones de personas y que es la tercera del
mundo mundial, de lo cual deberíamos sentirnos orgullosos. Y demostrarlo.
De
qué coños nos sirve la palabra ránin (running)
si ya tenemos correr, o jol (hall),
pudiendo usar recibidor, o mejor aún zaguán, más sonora y castiza. Las que
hemos admitido correctamente son aquellas que no teníamos, como Whisky o scaner, las cuales adaptamos sin rubor alguno como güisqui y escáner.
Por
tanto, ojo, esas nuevas adopciones han de tomar la idiosincrasia del idioma
receptor. Si no se hiciera así se acabaría con la coherencia de la lengua. Cómo
vamos a establecer que la letra jota es aspirada si luego escribimos Jonathan
(léase jo-ná-tan) y pronunciamos Yónatan, Yénifer o Yudit. O cómo vamos a
imponer una hache muda, si después decimos Sájara, en lugar de lo que hemos
escrito, Sa-ha-ra.
Aclaremos
que existen dos formas correctas de pronunciar un extranjerismo, o bien
leyéndolo tal y como se pronunciaría en Castellano (por ejemplo, Renault y
Carrefour se pueden decir Renául y Carrefo-ur…) o bien tal y como se pronuncian
en el idioma de origen (Renó, Carfú…). Aún así, no faltan gilipollas
-entendamos ignorantes bienintencionados- que se inventan una pronunciación
inexistente, ilógica e irracional (Renol, Carrefur…). “Allá ellos con su falta
de ignorancia”, que dijo Cantinflas.
Para
que en el lapso de unas décadas no desaparezca la lengua que dio los hermosos
versos de San Juan de la Cruz, propongo a todos los que se quieran unir a mi
cruzada, que cada vez que se encuentren con un “snob” diciendo algo como que se
va de shopping le llamemos a su misma
cara, y cariñosamente por supuesto, pedazo
de gilipollas, acordándonos del entrañable alcalde madrileño y de sus
hijitas. Si no tenemos la confianza suficiente para tal exabrupto, no hace
falta que pronunciemos palabra alguna, bastará con una sonrisa de oreja a
oreja, que comprenderá, si no él mismo, otro de nuestros correligionarios. Que,
o somos millones en poco tiempo, o ya podemos ir elaborando un réquiem a la
hermosa lengua castellana. What I mean?
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