(Advierto, esta entrada va sin fotos, pues habla de letras, y de esas he puesto muchas)
Me voy a meter en un jardín del que no sé cómo saldré. Esta
vez me voy a ganar unos pocos enemigos y enemigas más, que espero lo sean menos
si reflexionan sobre mis razones. Y es que quiero hablar de trabajadores y
trabajadoras, de padres y madres, de señoras y señores, en fin, de miembros y
de miembras…
Desde siempre he tenido una admiración reverencial por la
lengua castellana. Ésta, como cualquier otra, se ha sedimentado a través de los
siglos y ha ido cambiando, adaptándose a sus oradores. Nuestro idioma, como
otros cuantos más, nació del Latín y, poco a poco, derivó con el carácter de
sus gentes, variando y, creo yo, mejorando y ganando en expresividad y precisión.
Esto quiere decir que no hay nada inmutable, y menos un idioma, el cual
evoluciona por leyes naturales de economía, precisión y belleza –gracias a escritores,
poetas sobre todo–, pero también de forma forzada por intereses nobles o espurios.
Me refiero a cuando se meten con calzador expresiones y palabras de otros
idiomas, algunas de las cuales enriquecen, pero muchas no, y menos si son
masivas como ocurre en nuestros días con el inglés (ver desahogos en artículos anteriores de
este blog).
Ahora aterricemos en nuestra realidad social. La mujer está
tomando el papel que le corresponde, después de haber sido marginada a través
de los siglos por una sociedad desigual y machista, que la ha postergado a
desempeñar su función únicamente en el ámbito privado. Gracias a su lucha, y a
la de los hombres que compartimos el sentir de esa injusticia, está recuperando la libertar de integración y de protagonismo social que le correspondía y que
nos beneficiará a todos cuando sea plena.
Pero para hacer visible esa igualdad social se está forzando
el idioma castellano, y se está deformando de una forma antinatural que a mí, al menos, no
me gusta. Y no me gusta porque no es práctica y lo empobrece. Y, además, todo
ocurre por un error pueril, como es confundir el género gramatical con el sexo,
cuando son dos conceptos totalmente diferentes. El género es masculino y
femenino, al igual que el sexo, pero tienen una entidad divergente. No son lo
mismo, en absoluto.
El idioma castellano perdió el género neutro latino. Y no
pasa nada. Una palabra de género masculino puede hacer referencia al sexo
femenino y otra de género femenino al sexo masculino (ruego no pensar obscenidades,
que hay equivalentes científicos). Y no pasa nada. Yo, como hombre, soy una
persona (femenino) y pienso que soy buena gente (femenino). Una jueza puede ser
un miembro (masculino) del poder judicial. Y no pasa nada. Se entiende.
El rizo rizado viene cuando hablamos de hombres y mujeres y
no queremos generalizar en masculino, para deshacer injusticias. Si yo hablo de
los padres (masculino plural) de un niño, no estoy determinando nada, hablo en
conjunto y todo el mundo entiende que me puedo referir a un hombre y una mujer,
o a dos hombres. Generalmente será lo primero porque es lo más común, pero
según el contexto puede ser la otra opción. Si pretendiera especificar hablaría
del padre y de la madre. Si, por otro lado, menciono a los trabajadores (masculino),
todo el mundo entiende que hablo de los trabajadores y las trabajadoras, porque
el género masculino generaliza por tradición al conjunto de los sexos. Duplicar
me sigue sonando ridículo, por más que lo oigo. Que se hable de trabajadores y
trabajadoras cada vez que un político hace un discurso intentando ser
políticamente correcto, no añade comprensión y sí palabras. Es preferible que
mencione a la clase trabajadora (femenino) o simplemente a las trabajadoras,
dando por entendido que se ha elidido la palabra “personas”. Pronto nos acostumbraríamos y no pasa nada: “Nosotras
–las personas aquí reunidas– estamos orgullosas de ser trabajadoras, todas
nosotras –personas–“. ¿No es mejor que la alternativa: nosotros y nosotras,
trabajadores y trabajadoras…? Si queremos hacer presente el sexo femenino en
nuestra sociedad, no desvariemos con el lenguaje, seamos osados y generalicemos
en femenino. Es más fácil de tragar, que duplicar palabras de forma reiterativa
y absurda, ya que no es necesario, cuando es perfectamente comprensible y no posterga a nadie, creo yo.
Para ser conscientes de hasta dónde hemos llegado haciendo
el ridículo, por no diferenciar sexo de género gramatical, pondré el ejemplo
más llamativo que se me ocurre.
Durante siglos cuando se hablaba de los padres de un niño (o
de una niña), ya lo he mencionado antes, no existía ningún idiota,
por mucho que el oyente fuera simple de entendederas, que no supiera que esa
palabra de género gramatical masculino abarcaba al sexo masculino y al
femenino. Así, existía en todos los colegios desde hace décadas una asociación
(palabra de género femenino aunque incluya hombres) de padres de alumnos, o
sea, A.P.A. en siglas. Y no había
necio alguno que pensara que las madres estaban excluidas de esta
generalización. Pero el excesivo celo de dar visibilidad a las mujeres acarreó
el pensamiento de que esto no estaba bien, que era una aberración. La solución:
se cambiaron las siglas para dar cabida a las madres y, además, se las puso por
delante de los padres, que para eso ellas son las que paren. Así, se
transformó, por arte de birlí-birloque
la A.P.A. en hampa… Perdón, no resistía las ganas de hacer el chiste: en A.M.P.A., quiero decir. Asociación de
Madres y Padres de Alumnos.
Echad las campanas al vuelo, hemos solucionado la iniquidad de
olvidarnos que los alumnos tienen también madres. Hemos alargado el título pero,
¿eso qué es comparado con el reparo de la injusta injusticia histórica. ¡Hala,
pues! Ahora que nos hemos lanzado, ¿y si nos inventamos la palabra “miembras”?
Pues hecho, señoras y señores miembros y miembras de nuestro país y nuestra
paísa, lleno de gentes y gentas trabajadores y trabajadoras, empresarios y
empresarias, sindicalistas y sindicalistos… Ya tenemos la absoluta igualdad…
Idiotizada.
Para demostrar que los “amperos” –integrantes e integrantas de
las A.M.P.A.s– pensaron a medias, les voy a descubrir que se olvidaron de las
alumnas: sí generalizaron a los dos sexos con la palabra “alumnos” ¡Qué horror!
¡Qué olvido imperdonable! Sí, volvamos a cambiar las siglas (y los siglos, dijo
yo), olvidémonos de la A.M.P.A. y
hablemos de la A.M.P.A.A.: Asociación
de Madres y Padres de Alumnos y Alumnas. ¿Oye, y ya que traducimos el sexo en
el género gramatical, no deberíamos también hacer mención a los alumnos y
alumnas gays y lesbianas? ¿Y a los padres transexuales?
A partir de ahora debemos hablar de la A.M.P.T.A.A.G.L. Va una
caña para el que lea estas siglas –yo invito, pero luego me tiene que invitar a
otra a mí.
¿Te das cuen del
absurdo?
Abogo, como mal menor, por generalizar los sexos en el
género gramatical femenino. No pasa nada, yo no me ofendo pues el género
femenino me contiene, ya he dicho que soy una (femenino) buena (femenino)
persona (femenino, ¿o debería decir femenina?). Y todos los que me leen son
mejores personas (femenino plural) que yo, no me cabe la menor duda.
Estás cargado de razón, porque estás cargado de razones. Lamentablemente la corriente viene muy pendiente y es imposible remontarla. Recordaré mis experiencias en ese sentido, yo tenía un profesor de literatura de nombre Jacinto Pérez Moreta que nos invitaba a poner setiembre en lugar de septiembre por fidelidad a las reglas del castellano que deben eliminar esa pareja de consonantes y durante muchos años lo hice por coherencia, por fidelidad, por amor a aquel hombre sabio que se reía de lo cursi y artificioso. Creo que he claudicado aunque a veces dudo si seguir a mi maestro. (me doy cuenta ahora que ni siquiera el corrector me lo ha puesto en rojo, como lo he visto algunas veces)
ResponderEliminarPues lo mismo ha de suceder con el HAMPA, es un poder en la sombra, inconcreto, si uno comete el error de decir APA, "está apañao", puede que alguna madre le corrija o peor, no le corrija y piense de uno que es un cutre, un rancio, un machista, un facha. Y de esta manera se estropeó la expectativa de ligar o si quiera convencer a la interlocutora. (creo que el que se esté produciendo una marcada desafección de los padres varones a estas instituciones tiene que ver con la arena que introducen en el mecanismo estas gilipolleces contemporáneas)