Estando en la coyuntura política en la que estamos, no
quisiera dejar pasar la oportunidad de posicionarme con claridad a través de
unos argumentos, para mí incuestionables, aunque ello me suponga desencuentros.
Nunca pretendo tener razón absoluta, pero esto es lo que pienso sinceramente.
El que vea errores, que me lo comunique, que no me importa cambiar de opinión,
si ello me lleva a la verdad.
Con la abdicación del rey Juan Carlos se abre, querámoslo o
no, un periodo de cambio. Cambio que quieren minimizar los que apoyan la
monarquía, tratando de obviarlo, para verlo como simple transición, pidiéndonos
que confiemos en su vástago “tan bien preparado para el puesto”.
En primer lugar está la legitimidad. La Ley de Sucesión de 1947, que era una de las ocho leyes fundamentales del franquismo, decía que sería Franco quien nombraría al monarca del reino «cuando lo considere conveniente». Naturalmente, que tal designación fue caprichosa, sin respetar líneas de sucesión tradicionales, pues el carnicero del Pardo no quiso a Alfonso de Borbón, ni al padre de Juan Carlos, porque no le apeteció, ¡que si hubiera querido...! Luego la Constitución de 1978, ratificada en referéndum, santifica ese capricho. Pero, ¿qué legitimidad tiene una monarquía que nos metieron en el mismo paquete junto a la democracia y que no se ha votado por separado?
Una vez recobrada la democracia tras el franquismo, nunca-jamás
se nos ha preguntado qué forma política queremos, monarquía o república. Por
ello, se debería aprovechar esta coyuntura de “relevo generacional” para consultar
a los ciudadanos de nuestro país qué es lo que de verdad queremos. Y no debería
haber problema, que si la mayoría quiere la monarquía la tendremos
legítimamente, no como hasta ahora.
Parece que nadie discute que somos ciudadanos, en lugar de súbditos,
ya que nuestra “democracia” nos constituye en igualdad a todos, excepto, y esto
es importante, al monarca, con privilegios tales como la irresponsabilidad ante
la ley. Quiere esto decir que si los presuntos delitos cometidos por el yerno
del rey abdicado, los hubiera cometido el propio monarca –¿qué no sabremos?–, ninguna instancia
judicial podría juzgarle. En España hay, por tanto, un individuo por encima de
la ley, que tiene sus negocios privados y que no puede ser juzgado nunca. Y
este privilegio se lo transmite como herencia a su hijo.
Y hago hincapié en el término masculino de “hijo”, porque es
lo que dicen actualmente nuestras leyes. En nuestro siglo –y durante los dos
anteriores– se ha ido ganando día a día la igualdad entre hombres y mujeres.
Pero existe un ámbito donde se ha saltado arbitrariamente esta pretensión justa
–aparte, claro está, de la esfera privada de la Iglesia–. Sería coherente con
nuestros días que la sucesora al trono fuese la primogénita, la infanta Elena.
Pero, aprovechando los coletazos de las leyes franquistas que consideraban a la
mujer como ciudadano de segunda clase, se ha mantenido la prevalencia del
varón. Y, por favor, que no me hablen de leyes sálicas tradicionales de la
monarquía, por mucho que lo recoja nuestra legislación, pues quedan tan
desfasadas en nuestro siglo, como el derecho de pernada, o el servilismo, y si
no se han suprimido ya es porque no se ha querido.
Sottovoce se
explica que la primogénita no es “adecuada” para el puesto, y no hay duda de
que en cuanto esté reinando Felipe, se sancionará una ley que acabe con esta
aberración legislativa, para que Leonor sea la Princesa de Asturias y ningún
hermano varón que esté por nacer le quite el puesto. Pero, ¿quién nos garantiza
que no aparecerá otra “Elena” en la línea sucesoria? O, peor aún, algún personaje
indigno, que de estos en el linaje borbónico tenemos todos los que queramos,
significándose los ejemplos del ignominioso Carlos IV, del nefasto Fernando VII, de
la casquivana Isabel II o del corrupto Alfonso XIII.
A ello hay que sumar la forma fraudulenta y criminal de
terminar con la II República Española. Un golpe de estado fracasado, que sus
organizadores quisieron que fuera muy violento desde su concepción, para que no
hubiera vuelta atrás, y que concluyó en uno de los episodios más vergonzosos de
la Historia de España de todos los tiempos, como fue la Guerra Civil. Y con
ésta no acabó todo, pues fue continuada con la sangrienta represión del régimen
subsiguiente, el cual dejó “atado y bien atado” quién nos debería gobernar en
lo sucesivo.
No existe otra forma de cerrar esas heridas y conseguir de
verdad la reconciliación, que con la negación de tal régimen franquista y de
sus consecuencias. Una de las cuales es la actual monarquía borbónica.
Mucho se habla de la imagen exterior de nuestra monarquía y
de cómo nos quieren por ahí fuera por tener un rey. Me temo que no es el caso
del resto de repúblicas, que si nos envidiaran no tendrían más que coronar a su
presidente y regalarle la heredabilidad. ¿Absurdo, no? Entonces, ¿quién nos
quiere por ser monárquicos? ¿Las dictaduras del Oriente Medio? ¿Los países
iberoamericanos? A las primeras les daríamos el mejor de los ejemplos con una
democracia parlamentaria republicana y los segundos nos apreciarían de verdad
si nos viesen como a iguales, como hermanos de lengua y cultura, que han tenido
históricamente un gran encuentro de continentes y algunos encontronazos
colonizadores. Colonizaciones dirigidas por monarquías de siglos pasados. Jamás
nos verán como a hermanos, junto a los que realizar proyectos, si la soberbia
monárquica sigue acompañándonos. ¿Cuándo abriremos los brazos a Latinoamérica
como iguales? ¿Y a nuestros hermanos portugueses? ¿Les pediremos que se federen
en una república ibérica, o que sean súbditos de nuestro rey?
En otro argumento, hay quien dice que la monarquía sale más barata que una
presidencia republicana, y echan cuentas y todo. Perdonen, pero así, a gosso modo, no puedo creerlo, aún sin
entrar a valorar cómo nuestro monarca recién abdicado tiene una misteriosa
fortuna de unos 1.800.000.000 €, lograda en sus treinta y nueve años de
reinado. Son datos del prestigioso diario The
New York Times, a quien nadie ha desmentido. Que no me cuenten trolas,
¿cómo va a ser más caro realizar elecciones presidenciales cada cuatro o cinco
años, y mantener a un presidente de la República, que pagar una Casa Real y
toda su descendencia, con sus palacios y boatos –léase bodas, barcos y
vacaciones?
Es por estas razones que veo necesario posicionarme a favor
de la consulta popular sobre la continuidad de la monarquía y, en esta
consulta, abogo por la forma republicana que recupere el espíritu modernizador
de la II República, truncada sanguinariamente por quienes no soportaron el
régimen democrático, y que fueron apoyados abiertamente por los fascismos
europeos que tanto daño trajeron al continente.
La democracia que, teóricamente, es el gobierno del pueblo,
debe hacerse desde abajo hacia arriba, y desde la igualdad de todos los
ciudadanos, que elegirán su forma política de manera libre y no impuesta.
¿Existe algún motivo racional para continuar en el siglo XXI
con una institución obsoleta, que es cara, es injusta, no da prestigio, tiene
privilegios y fue impuesta por una dictadura?
Supongo que alguien dirá, "con la que está cayendo, y Cataluña y el País Vasco... ahora no es el momento". El momento es ahora, siempre será un buen momento para la democracia, como para dejar de fumar, para aprender a planchar, para ponerse a escribir un diario, o las memorias. Yo creo que los españoles nos merecemos darnos la confianza de poder elegir quien salga en nuestras monedas de euro, o también elegir el perpetuar la grey borbónica, uncirnos a sus carros como cuando volvió el deseado Fernando VII, pero tampoco eternamente. No es el momento hoy, día en que empieza el mundial, ni mañana, que debuta la selección española en lo mismo, cualquier día se podría poner un pretexto, pero los españoles tenemos el derecho de elegir si ser súbditos o ciudadanos y el autonegárnoslo no nos hace otra cosa que ser más tontos, creernos todavía adolescentes. Aunque el presidente fuera Aznar, que sea el que la mayoría quiera y que podamos cambiarlo. Hagamos cuenta, Cristóbal, ya que los dos somos mayores que el príncipe que nos casan con él, que lo normal es que su salud esté mejor cuidada que la nuestra y que, si no abdica cuando se haga mayor, será el careto que veremos toda la vida a la cabeza de nuestro país.
ResponderEliminarLo del momento adecuado no es más que una excusa del que no quiere hacer nada, para que nada cambie, porque está feliz con lo que hay. Así pasa con la recuperación de la memoria histórica desenterrando a los fusilados de las cunetas. ¿Cuándo será el momento? Nunca claro está. La poca cultura de Franco le llegó para cosas como el "pan y circo" de los romanos, que aquí lo tradujo en "fútbol y toros". Por otro lado está la filosofía paternalista de la Iglesia Católica, tan concomitante con el "régimen", sólo ellos pueden pensar y guiar a las ovejas (léase borregos). En fin, que veamos el Mundial de Brasil, como tú apuntas, que eso es lo importante, y dejémonos de pequeñeces como la legitimidad del Jefe del Estado, o los partidos del régimen, que ya tenemos el PPSOE. ¿Qué Podemos ni qué tres pares de narices? A ver si se les olvida derogar la ley sálica, como le ocurrió a Fernando VII, y tenemos otras "guerras carlistas" por Leonor-Isabel. Y si es Aznar el presidente, lo tragamos cuatro años, que ya lo tuvimos ocho en el gobierno y lo hemos superado. Por lo menos no será toda la vida de una estirpe. Perdona la respuesta tan caótica, pero tus comentarios me han sugerido infinidad de cosas. Muchas gracias.
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ResponderEliminarEste es un comentario que me ha llegado por correo electrónico y que tengo el gusto de publicar a continuación. Muchas gracias, Sera:
ResponderEliminar"Coincido contigo en tus valoraciones políticas. Pero me temo que muchas otras personas que piensan lo mismo se retraen de hacer pública su opinión por temor ¿a qué? ¿a ser señalados por los conservadores? ¿a ser considerado una persona que va a contracorriente? A estos les digo: a lo largo de los tiempos sólo los contestatarios han hecho avanzar a la sociedad; sin gente que se niega a comulgar con ruedas de molino aún tendríamos chamanes que dirigirían nuestras vidas y tiranos que violentarían nuestra voluntad para su propio beneficio. Saludos. Serafín de Tapia".