1) El homicida
YO no me considero alguien
violento y, sin embargo, acabo de matar a dos personas. Sé que debo sufrir lo
que la ley me imponga, pero más sufrimiento llevaré al cargar con la culpa y la
responsabilidad de segar dos vidas, jóvenes aún.
Yo jamás le había puesto la mano encima a mi mujer,
nunca le había pegado, ni siquiera la había maltratado de palabra. Nos amábamos.
O eso creí yo.
Me amargan las lágrimas de lo que llevo llorado y me
aterra lo que aún me queda por llorar… Si pudiera volver todo para atrás y rectificar
lo que sucedió… Sin duda todo sería diferente, sufriría la infidelidad y la
ruptura de mi matrimonio, mejor que sufrir estas muertes.
Lo siento, lo siento, lo siento mucho. Pido perdón a
mis suegros y a mis hijos, pido perdón a los familiares de Sergio, pido perdón
a todo el mundo. He matado… Pero, sobre todo, he desgraciado mi vida.
Que nadie diga “yo eso jamás lo haría”, porque eso
me decía yo. Siempre fui pacífico y pacifista y me juré que jamás haría daño a
nadie… Y lo he hecho.
El azar, la oportunidad, nos convierte en asesinos a
cualquiera de nosotros, basta con llevar por casualidad un arma en la mano,
tener una afrenta delante y unos segundos de locura, para desgraciar tres
vidas, las de los muertos y la del matador.
Si no se hubiera dado la casualidad de que llevaba un cuchillo
en la mano… En mala hora me pidió Laura que lo llevara a afilar a la
cuchillería de la esquina. En mala hora pensó Laura que lo haría al salir del
trabajo, en mala hora invitó a Sergio a casa y en mala hora no le dije yo a
Laura que esa tarde no tenía trabajo, porque el jefe debía acudir al velatorio
de un familiar. En malísima hora fui eficiente, bajando a afilar el cuchillo
carnicero que nos debía servir para trinchar el pavo de la fiesta del fin de
semana y no le dije a Laura que regresaba en unos minutos.
Le juro que yo no sabía nada. Desconocía que mi
mujer me ponía los cuernos con mi mejor amigo. Fue una sorpresa inesperada el
pillarlos traicionándome. Todo se me vino abajo, mi mundo se había roto de
repente y lo que ocurrió a continuación, casi no sé explicarlo pues se debió a
un momento de locura.
Lo siento, señor comisario. Abrí la puerta y los
encontré desnudos en mi dormitorio. Mi primera reacción fue marcharme, pero
ella me insultó. Me llamó cornudo y me dijo que ya que lo había descubierto que
me marchara y los dejara ser felices. Traidora, la llamé yo y fue cuando
Sergio, obscenamente desnudo, saltó de mi cama y me empujó fuera de mi
dormitorio… No sé cómo ocurrió, llevaba el cuchillo en la mano derecha envuelto
en un papel de periódico y le asesté… no sé cuantas puñaladas a Sergio… Laura
se abalanzó sobre mí y al pronto la vi en el suelo llena de sangre… Pensé que la
sangre no era suya, que era de Sergio…
No sé cómo ocurrió, usted me pide que deje escrita
mi versión, y eso he hecho. La locura me cegó. Me niego a creer que yo fuera el
causante de aquel horror… Lo siento… Lo siento… Lo siento…
2) El amigo
TÚ siempre has sido un hombre
prudente. Nadie diría que serías capaz de hacer lo algo tan terrible, aunque recuerdo
una ocasión en que me dijiste:
–Como los vuelva a ver juntos los mato, te juro que
los mato –lo dijiste con los ojos inyectados de rabia y, a pesar de todo, no te
creí, no quise creerte. No pensé que fueras capaz de hacerlo. Llevabas mucho
tiempo sospechando de tu amigo Sergio. Detalles. Cuando le hablabas de Laura, tu mujer, le
veías reaccionar de forma incómoda, así que directamente fuiste y le dijiste a ella:
–Acabo de ver a tu amigo… –dejaste en suspenso la
última palabra, acentuando su pronunciación– Sergio –concluiste con la misma
entonación.
–¿Qué amigo mío? Sergio es tu mejor amigo desde que
eráis niños, ¿por qué me dices eso? –señaló ella.
–¿Mi mejor amigo? –contestaste con sorna y muy mala
sangre–. Si fuera mi mejor amigo, no se vería a solas contigo… –Tuviste un
arrebato de cólera que casi te lleva a la violencia. Violencia que habías
utilizado en otras ocasiones por motivos menos importantes. No sería la primera
vez que le hubieras puesto morado un ojo a Laura.
–No, por favor, no empieces –lloró ella–. Te juro
que entre Sergio y yo no hay nada. Tan sólo lo he visto una vez sin que tú
estuvieras delante. Me lo encontré en la calle y me invitó a un café. Estuvo
correcto. Te lo juro. No, no me pegues… –volvió a llorar, como una zorra.
“Puta”. Pensaste, pero te contuviste. No tenías
pruebas. Pero ibas a conseguirlas y para ello necesitabas calmarte. Te
alegraste de que tu primera reacción fuera contenida y lograras controlar tu
carácter tan… Violento. Pero, ¿qué tiene un hombre si le falta el carácter?
¿Acaso la hombría no es el mejor atractivo para las mujeres?
Trazaste un plan. Los descubrirías y, cuando
estuvieras seguro, la enviarías a ella a vivir con su madre. No volverías a verla… Se
irían ella y también sus dos asquerosos hijos, que a saber si eran tuyos o del
imbécil de Sergio.
Y lo lograste. La paciencia te convirtió en un
triunfador, controlando tu carácter. La hacías creer que ibas a trabajar, sin
saber ella que tu jefe cerraba el taller por las tardes, debido a la poca faena
que teníais. Y vigilabas el portal, comprobando cómo Sergio llegaba todas las
tardes a tu casa, subía, y pasaba dos horas con Laura… ¿Qué hacían en ese tiempo?
¿Qué iban a estar haciendo cuando ella te negaba que lo estuviera viendo a
escondidas?
Mala suerte fue que ella te enviara a afilar el
cuchillo y peor suerte tuviste cuando, olvidando la visita rutinaria de Sergio,
entraste en tu casa con el maldito arma de la mano… A pesar de todo, nada
hubiera sucedido si ellos no se ponen tan agresivos… Si no te hubieran
insultado tanto… Si no te hubieran sacado de quicio… Si no tuvieras, por azar,
el cuchillo envuelto en un periódico.
¿Eres culpable? Sinceramente creo que no, que fueron
las circunstancias y la mala suerte.
3) El policía
–ÉL no era trigo limpio –le
dijo el inspector García al comisario.
–¿Por qué lo dices? –respondió este con
impaciencia.
Aparte del comisario, sólo el inspector García estaba
en el despacho del primero. El comisario le hizo un gesto con la mano y García
se sentó enfrente. El despacho no era muy grande y dos de sus paredes estaban
acristaladas, ofreciendo cierta intimidad para las conversaciones, aunque del
otro lado se veía una sala grande llena de mesas y de gente trabajando.
–Tenemos ya el resultado de nuestra investigación y se
confirma la primera hipótesis –dijo García.
–Explícate.
–El cuchillo era nuevo. Yo mismo hablé con el dependiente de la cuchillería que se lo vendió. Y no, no era la cuchillería de
la esquina, donde se supone había ido a afilar uno de su propiedad, sino una que está a dos
paradas de autobús.
–Más datos García –el comisario se impacientaba, su gesto
era intransigente, como si le molestara que su hombre se extendiera en
explicaciones vagas.
–Hablé con todos los vecinos y con la gente del barrio
–García comenzó a sudar–. Encontré a un vecino que vio al homicida tomar la línea "3", que tiene una parada en la misma puerta del domicilio del matrimonio. Tomé
ese autobús y logré que el conductor reconociera la foto del acusado, lo notó nervioso y
me dijo en qué parada bajó. Me bajé en esa parada y, paseando por las cercanías,
vi una cuchillería y se me iluminó la mente, ocurriéndoseme una posibilidad.
Pregunté, mostrando la foto, y el dependiente recordó perfectamente la cara del
acusado… ¿Me comprende…?
–¿Qué comprendo, García? Deje la retórica y hable
claro.
–Su cara no es muy corriente. El dependiente, le decía, me aseguró que el tipo mal encarado compró un cuchillo nuevo, carnicero y de grandes dimensiones. Pagó y se marchó. El comerciante quedó un poco impresionado porque su comportamiento no era normal, estaba nervioso y rabioso, son palabras textuales, por eso se fijó en él. Todo ocurrió como media hora antes del doble asesinato.
–¿Está dispuesto a declarar ese dependiente?
–Letra por letra lo que le acabo de detallar.
–Pues le pasamos las actuaciones al juez y listo.
Por mi parte está todo muy claro. Con tantas mentiras no hay más vueltas que
darle.
–Hay más. Contamos también con la declaración de un
amigo del homicida, que nos ha contado que éste sí sabía de la relación
extramatrimonial de los asesinados, desde hace más de un año. Y que todo lo
calló porque quería pillarlos in fraganti.
No hay duda, todo estaba premeditado desde hace tiempo. Llevaba unos días
haciendo creer a su mujer que trabajaba por las tardes, cuando he comprobado
que el taller estaba cerrado desde un mes antes de los homicidios.
–¿Algo más?
–Sí. Sabemos
por otro testigo, confidente nuestro, que el homicida estuvo preguntando por los bajos fondos la
forma de comprar un revólver.
–Ya. No me cuentes más, García. Debía hacerlo pasar
todo por un arrebato de celos repentino y a última hora se decidió por el
cuchillo, que es más justificable que una pistola para que no pareciera
premeditado.
–Así es, comisario. Y otra cosa, la vecina, la que oyó
los gritos, ha declarado que sólo se le oía a él, al marido, que no dejaba de
gritar “puta” y “os voy a matar a los dos”. Por mi parte podemos dar por
cerradas las pesquisas. No ha sido homicidio, clarísimamente es un doble
asesinato, planificado y ejecutado fríamente.
–Enhorabuena, García. Prepara un informe detallado,
añadiendo las declaraciones por escrito de los testigos.
García sonrió, pues el rostro del comisario se había
relajado.
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