viernes, 15 de noviembre de 2013

Mis sensaciones

Me sugiere un amigo –gracias Juan– que escriba sobre mis sensaciones en lo que ha sido la primera presentación en público que he realizado sobre una creación mía, de la cual he publicado algunas fotos en el anterior artículo. Y aquí estoy con esa intención, sin saber si luego me arrepentiré por “desnudarme” así en público. Pero, en fin, quiero ser escritor y la sinceridad es una de las premisas para ello.


Puse las fotos anteriores ­–de Fernando Román aquellas y estas– para que mis amigos, o simplemente aquellos que sigan mi blog, tuvieran un primer acercamiento a lo que fue el acto. Aquí viene al pelo esa frase tan manida de que más vale una imagen que mil palabras, pero bueno, tal vez para relatar sensaciones son mejor las palabras, así que, tras las imágenes aquí están las palabras y, con ellas, mis impresiones. Dentro de poco podré colgar el vídeo que mi amigo Bruno Coca gravó del evento, por lo cual, antes de verlo y cambiar mi opinión sobre lo ocurrido, me tiraré al charco.

Como nunca antes me había visto en nada semejante, no sabía lo que podía dar de mí. Desconocía si sería capaz de hablar en público, tartamudearía o me quedaría en blanco, deseando que la tierra me tragara. Así que sí, fui con mucho miedo escénico. Para conjurarlo traté de cubrirme las espaldas contando con el apoyo de dos excelentes personas que hablarían antes que yo y, al menos, agradarían a los asistentes si yo no lograba hacerlo. También he de decir que preparé todo lo que pude mi “discurso”.

Otro miedo a sumar al anterior era estimar si mi convocatoria sería atendida por mucha gente, o si me vería solo ante cuatro amigos que no habrían sabido excusarse de ninguna manera para no ir. Mucho sopesé el error de convocar a todos en un espacio tan grande como el Auditorio del Palacio de los Serrano, con ciento cuarenta cómodos asientos, que podrían parecer excesivos si llegan a venir cincuenta personas, las cuales habrían abarrotado un lugar más pequeño. Pero la ambición, o la inconsciencia, me llevaron a solicitar esa sala, tan hermosa y que tan generosamente fue puesta a mi disposición. Ya todo estaba hecho y había que afrontar las consecuencias.

¿Tanta gente acudiría a la presentación de la novela de un escritor novel? ¿No se echarían para atrás para no verse intimidados a comprarla? ¿Crearía en alguien el interés por leerla? ¿Vendrían personas que yo no conociera? ¿Acudirían los medios de comunicación?

El caso es que la antelación con la que yo llegué, y el hecho de cuidar los preparativos –disponer el ordenador para proyectar un vídeo, atender a los que iban llegando, elegir el lugar desde donde hablarían mis acompañantes, y yo mismo, colocar unos libros en la mesa que no nos taparan, etc.– me tuvieron distraído y, cuando un periodista me pidió una entrevista, vi que prácticamente era la hora de empezar el acto y aún no se había llenado media sala. Bueno, es suficiente, pensé y nos apartamos de los que iban entrando para dialogar con tranquilidad. Me concentré tanto en las respuestas que, cuando levanté la vista, me di cuenta de que el auditorio se había llenado casi por completo. Luego vería, desde la mesa, que el completo fue total y aún hubo personas que aguantaron todo el acto de pie.


Sorprendentemente estaba tranquilo. Tal vez porque no pude pensar más y esto me salvó. Me dirigí a la mesa, saludando a los amigos según pasaba, y de seguido nos sentamos, interviniendo en primer lugar Serafín de Tapia. Genial, como siempre que lo he escuchado hablar en público. Después habló de forma amena Jesús García Yuste. Yo casi me olvidé de dónde estaba, concentrándome en sus palabras y en lo que de mí y de mi obra decían ambos.


Llegó mi turno y, tal como tenía preparado, me dirigí al ordenador y puse el vídeo. Se trataba de un booktrailer de tan sólo dos minutos, que me hizo la empresa abulense 4soundandvid y que parecía una pequeña película de cine. ¿Aplaudieron? Creo recordar que sí, que aplaudieron la película y después comencé yo a exponer lo que me había preparado. Con la chuleta delante, pero tratando de no mirarla. Mi voz se templó poco a poco, encontrando la calma.

Hice una pequeña perorata sobre la gestación de la novela y, por arte de magia, de los hados, del Destino o quién sabe de qué –una amiga me apuntó que para los celtas los números 7 y 11 eran de buena suerte y estábamos a 7 del 11–, conecté con los asistentes y, sin darme cuenta, concluí. ¿Diez, quince, veinte minutos? Lo ignoro. Para mí, fue un instante. Luego abrimos un espacio para que nos hicieran preguntas, respondiéndolas desde la mesa.

Y fin.




¿Todo fue así, según lo recuerdo? Lo comprobaré en cuanto vea el vídeo. El caso es que no me podía creer que todo transcurriera tan plácidamente. No puedo olvidar que, en los primeros momentos en que comencé a hablar, vi cómo mi hija y mi mujer, que estaban en la primera fila, se daban la mano para conjurar el miedo por lo que yo iba a decir. Por que no pudiera decir nada, más bien. Luego he bromeado con ellas: “¿Estabais asustadas porque no confiabais en que pudiera hablar? ¡Je, je!”.

La firma de libros aceleró mi corazón. Se desató la tensión y, en esa media hora recibiendo a personas que hacían cola, que esperaban sólo para que yo les estropeara su ejemplar garabateándolo con un bolígrafo –dedicatoria lo llaman–, sufrí unas sensaciones contradictorias. Alegría, porque no podía creérmelo, y nervios, porque no podía creérmelo. Poco después, ya fuera de allí y tomando una caña con los amigos, estuve a punto de vomitar. Logré disimularlo, pero la tensión tardó en pasarse. Apenas dormí por la noche.

Ya ves, Juan, esto es lo que sentí. Pero si alguien te dice que actué como un orador consumado, no se lo desmientas, tal vez fue como él lo vio y no como yo lo recuerdo.

4 comentarios:

  1. Yo creo haber vivido unas experiencias similares, aunque fueron bastante más pequeñas, Crevanteando uno puede mirarse al espejo del cuarto de baño diciéndose eso de hoy va a ser "la más alta ocasión que vieron los siglos" o como cantaba Leño "hoy va a ser la noche de que te hablé" y sale a las calles cuestionándose de si esto valdrá la pena, y las ve tan iguales como todos los días y busca el sitio, y cuando llega, antes de entrar, da un paso atrás, oye latidos de garganta, presiones en la nuca. Pero da un paso adelante y embiste irracionalmente hacia adentro, con un "que sea lo que dios quiera" o "de perdidos... al río" Y luego todo se acelera, parece que la vida le va viviendo a uno como un pelele, y ve las caras muy grandes porque se siente humilde y empequeñecido. Endeudado, "ya te pagaré esta amigo, y a ti también y a ti, va a ser verdad que soy bueno, va a ser verdad que tengo muchos amigos". Uno no se da cuenta de lo que dice y creo que cuando te veas en vídeo dirás, ¡pero qué bien hablé! aunque también verás lo que nadie ha visto, un imperceptible balbuceo, un laísmo, que siempre se nos cuela. un leísmo peor puesto para "superar" nuestro invencible laísmo...
    Supongo que después de la vorágine, uno se vuelve a palpar, en la soledad de otro cuarto de baño, con la mano libre, mientras mea tan amarillo como se hubiera corrido cinco kilómetros. Y respira hondo el vapor de estos orines de liberación. Estoy vivo, he sobrevivido, no soy Peter Sellers en "El guateque". Soy mejor de lo que creía. La gente me quiere.
    Aunque luego sales a la calle y te encuentras la misma calle de diario como si no se hubiera conmovido con el acontecimiento, pero durante un tiempo inverosímil tienes todavía calor en los pómulos, y te preguntas si esto es objetivamente importante o no.
    Y hablarás agradecido de todo lo que te dijeron y tu mujer te contará cincuenta cosas que no viste. Y te repetirás y te gustará que te las repita porque todavía no las has entendido bien...
    Y luego con los ojos en insomnio, te encontrarás los rasguños, los hematomas, las huellas de carmín, y volverás a ver las caras grandes, levitarás en la cama y pedirás: dónde estaba el merecido descanso. ¿Ha sido importante?
    A la mañana siguiente uno escucha la radio y no está, los periódicos de internet también están con otras cosas, y Vargas Llosa ha presentado otro libro y en el Ojo Crítico entrevistan a alguien que no eres tú. Y te palpas y dices: los países pequeños también tenemos derecho a nuestra historia.
    ¡Enhorabuena! vivir vale la pena y lo demás es cosa vana. Por cierto, creo haber visto en estas últimas fotos a mi primo entre el público.

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    1. Gracias por la felicitación y por prestarme tu experiencia de una forma tan gráfica y literaria. Tus palabras, me han hecho revivir mi experiencia, con esos pequeños detalles tan humanos, que sólo un ojo de escritor es capaz de observar para poder describir. Aún no me explico cómo pude convocar a tanta gente, cuando veas el vídeo apreciarás mejor que se llenaron todas las butacas y aún hubo gente que aguantó en pié toda una hora de reloj. Y sí, ahí estaba tu primo también. Yo sólo he sido un osado, o irreflexivo ambicioso, que se atrevió a escribir una novela, dejando que otros puedan leerla y criticarla. Cargaré con las consecuencias, vacunándome del fracaso y, si no es así, trataré de no estropearme como ser humano.

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  2. Y ya hace una semana y el mundo se sostiene. Estamos olvidados de Filipinas, Urdangarín y Camps se escapan otra vez. Rajoy sigue comentando bajo su paraguas que parece que puede que llueva.
    Cayó la primera nevada, la primera helada severa; te deseo que te haya parado alguien por la calle (mejor un/a desconocido/a) para felicitarte: "¡0ye! tu libro buenísimo, no podía parar de leerlo, aunque he necesitado dos días. Genial, yo no pensaba que en Ávila hubiera escritores tan interesantes".
    No te preocupes si aún no te ha pasado: es que la gente de esta ciudad es poco expresiva, a veces tan seca y tímida, que parece antipática.
    Seguro que algún día, cuando menos lo sospeches, tendrás esa "levitación" de moral. Mientras tanto, a seguir con la vida y ahora con la exposición de Pakuto.

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    1. Pasó la nevada, pasó la helada severa, me paró un desconocido por la calle que me felicitó porque estuvo en la presentación. Alguien me dijo que leyó mi libro de un tirón, pero necesitó seis días -cien páginas diarias-. Nadie me dijo que pensaba que en Ávila no había escritores interesantes -se ve que sí los hay-. Varios periodistas tienen mi teléfono móvil -antes no lo tenía ninguno- y me han entrevistado... Pero no me lo creo. No he levitado. Aún así, me ha ocurrido lo que nunca había imaginado... Bueno algunas cosas sí, pero no las creía posibles, tan sólo eran sueños. Fantaseé dando conferencias sobre una novela escrita por mí, pero no me creía que pudiera hacerlo. Ahora sé que puedo, pero nada más. ¿Y a mí esto qué me importa? En serio, no lo deseo y lo paso mal cuando ocurre. Tan sólo quiero la soledad de mi escritorio, imaginar y escribir. Leer y corregir. Corregir lo corregido y volver a corregirlo y nunca acabar de corregir. Y quedar satisfecho con lo corregido, aún sabiendo que puedo corregirlo más. Y me gusta que lo lea alguien. Y que me diga que le gusta. Sólo deseo eso, que alguien me diga que le gustó lo que escribí. ¡Ah, que me lo pagan! Me da vergüenza, pero me gusta. ¡Qué peligroso eres, Juan! Me haces desnudarme en público, y ya puestos, confieso que envidio cómo escribes y cómo sacas las palabras de las tripas...

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