No hay, sino nacer y morir, lo demás es cosa vana.
Con esta frase comienza mi última novela y el fragmento en
cursiva le da título. En torno a ella he construido la ficción, lo cual me ha
dado la ocasión prolongada de meditar sobre su significado, llegando a sentirme
vivencialmente identificado. ¿Qué hay en esta vida que tenga auténtica
importancia? Tan sólo que se nace y se muere, lo que ocurre entre tanto igual
da. Luchamos, en primer lugar por la supervivencia, cuando esto lo tenemos
asegurado intentamos el reconocimiento de los demás, poniendo el hincapié en el
desahogo económico y, si somos sensibles, nos implicamos en el bienestar de la
población general, combatimos contra la injusticia, el hambre… Siendo
conscientes de que muchos de quienes nos rodean, aunque sea en continentes
lejanos, no pasan de la primera fase de la pugna por la subsistencia. Pero, al
fin, morimos. Luego, ¿qué más da lo que hayamos vivido una vez ocurrido el
deceso? ¿La transcendencia a otra vida? Para eso hay que ser creyente y eso es
algo irracional, que no deja de producir guerras e injusticia en el mundo. Hoy
mismo es ejemplo lo que ocurre en países como Egipto, Israel o Siria, ayer las
Cruzadas y la Inquisición, mañana la negación de la ciencia darwiniana o la represión de la homosexualidad. Para
esperar la transcendencia hay que ser creyente y no me quedan ganas, la verdad.
La frase del encabezado, que expresa la sabiduría de la
resignación, se la oí por primera vez, en una conferencia al profesor Serafín
de Tapia, hablando de convertidos a la fuerza a una religión, que no era con la
que fueron amamantados. Él la recogió de una judeoconversa, yo la aplico a un
morisco. Lo mismo da. No hay, sino nacer y morir, lo demás es cosa vana.
Este primer post de lo que pretende ser el blog de un
escritor, no puede tener un comienzo más apropiado que la resignación ante lo
que vivimos. Lo cual no quiere decir que no debamos luchar por las cosas en las
que creemos, al contrario, propugno desde estas líneas la lucha más beligerante
por nuestras convicciones, tan sólo prevengo el fracaso. Si no logramos un
mundo más justo, al final morimos y todo habrá dado igual. No nos puede quedar
la satisfacción siquiera de haber logrado un mundo más justo para nuestros
hijos, porque después de marcharnos "no existimos”. No me imagino asomado a una
nube, mirando al Mundo y diciendo: “Qué bien, gracias a mí, no se destruyeron
los bosques tropicales y la educación es gratuita y para todos”. Si existiera
otra vida, la presente no habría sido más que un mal sueño del que querríamos
pasar página. Tal vez por eso nadie que se marchó ha vuelto.
En este blog teorizaré humildemente sobre literatura,
relataré algunas historias cortas, daré noticias de mis éxitos y fracasos. Pero
que nadie me haga mucho caso. Aunque yo, sinceramente, me crea mis palabras,
tan sólo son eso, palabras. Mayor sentido tienen las palabras si están puestas
seguidas para construir una obra literaria, que puede llegar a causar placer a algún lector
y, entonces, habrán servido para algo. Servirán para distraerlo mientras le
llega su propia muerte y, después de ello, lo que haya leído en su vida dará
igual, Kafka, Quevedo o Carlos Ruiz Zafón. A mí, antes de que me llegue ese
momento, me proporcionará la satisfacción de pensar que he hecho reír, llorar o
disfrutar a otras personas, con historias que me he inventado. A los lectores
un rato de distracción, mientras les llega lo importante.
Como lo demás es cosa
vana, hablemos de lo demás a partir de ahora mismo. ¡Hola mundo! Estoy aquí
y soy escritor porque escribo. Ayer nací, mañana moriré, y lo demás no importa mucho.
Cristóbal Medina, agosto de 2013
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